Capítulo 8

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Ariel el vampiro se miraba en el espejo con asombro. Llevaba de pie ante él aproximadamente una hora observando detalladamente sus rasgos faciales y se tocaba de vez en cuando en las mejillas para cerciorarse que se trataba de su reflejo y no el de algo más. No alguien, algo.


El rostro de facciones perfectas de Ariel ahora se hallaba surcado por largas y marcadas arrugas que lo hacían parecer un anciano, cosa irracional pues el hombre rubio había sido convertido en inmortal cuando apenas tenía veinticuatro años, y en los doscientos veinte que llevaba de existencia había comprobado que los vampiros no envejecían ni un día. Además, notaba el hecho de que su piel tan pálida que emitía cierto resplandor bajo la luz de la luna ahora poseía una tonalidad verdosa, como si se hubiese untado una especie de ungüento en todo el cuerpo.


El hombre podía sentir como incluso su interior había cambiado, y eso había comenzado a parecerle extraño. Nunca había observado algo semejante en todos los años que tenía de vida, y él había conocido a la mayoría de los vampiros que habitaban en Venezuela, si no es que a todos. Ninguno había tenido los mismos síntomas que él estaba presentando.


Cada día, Ariel descubría un aspecto de su cuerpo que había cambiado. Esta vez, se trataba de sus dientes y sus ojos. El extraño tono musgo que se había apoderado de todo su cuerpo incluso había afectado a su esclerótica, a sus encías y dientes, que habían mutado en unos filosos colmillos, dejando atrás los relucientes incisivos de los vampiros.


-No entiendo, ¿qué me sucede? -preguntó Ariel, y en respuesta recibió gritos y alaridos de dolor y miedo.


El rubio se dio la vuelta y observó a su alrededor. Se encontraba en una acogedora sala de estar de una casa en los suburbios caraqueños. Frente a él estaba un lindo juego de muebles color cobre sobre un suelo de cerámica blanca muy pulida que hacía contraste con la sangre que se encontraba derramada a su alrededor. A su izquierda, sobre un charco del líquido vital que había sido arrastrado, se encontraba un hombre moribundo, pidiendo ayuda a todo lo que daba su lastimado cuello.


- ¿Por qué haces esto? - preguntó el hombre en agonía, mientras luchaba con todas sus fuerzas ponerse de pie en vano, ya que Ariel le había fracturado ambas piernas durante la fiera lucha que tuvo lugar dentro de aquella residencia. El hombre, quien era un contador público de día y practicante de los cultos secretos de brujería en el bosque de San Antonio, había luchado con todo lo que estaba en su arsenal en contra del vampiro cuando inadvertidamente se presentó ante el umbral de su casa y lo atacó.


- ¡Cállate y termina de morir! - exclamó el rubio, mirándolo con completo asco. La visión de Ariel también había sido modificada, de manera que ahora el hombre era capaz de observar hasta el más mínimo de los vasos sanguíneos de sus víctimas. Ariel tuvo que parpadear varias veces para poder verle el rostro de su actual alimento.


Desde principios de ese año, Ariel había limitado su dieta a exclusivamente sangre de brujas. Había descubierto que cada vez que se alimentaba de alguien con aquella cualidad mágica en sus venas, sus poderes aumentaban en frecuencia. Con los meses, notó que la protección de las casas humanas en contra de los ataques vampíricos estaba empezando a debilitarse para él, y Ariel se emocionó de tal forma que no podía creerlo. Él pensaba que, si seguía haciendo eso, muy pronto tendría la capacidad de entrar en cualquier casa como cualquier humano.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Where stories live. Discover now