Capítulo 16

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Regresar a San Antonio luego de muchos meses lejos de todo el misterio que rodeaba a tan pequeño y aparentemente tranquilo pueblo hizo que Stefan Deville se preguntara nuevamente si había sido una buena idea volver a su lugar de nacimiento, en donde había pasado momentos de intensa felicidad así como de absoluta tristeza.

En la charla que había sostenido con el rey de las brujas del océano del oriente, muy lejos en las costas de Trinidad, algo le había indicado que si regresaba al pueblo, todo lo que él conocía como normal iba a cambiar. Empezando por el hecho de que ahora el enorme hombre rubio era un rey brujo, al igual que Ydras y Alaysa, sólo que éste se regía por las normas de la naturaleza nómada de la magia.

Allí estaba él, de pie ante la mansión que lo había visto crecer y marcharse, abandonar a su hermana gemela y haberlo recibido con los brazos abiertos una vez que se libró de aquel terrible castigo infligido por haber roto una regla peligrosa, pero Stefan sentía algo diferente, así como se lo había advertido.

Algo había cambiado. Pero no era sólo él.

Desde que había descubierto sus poderes, Stefan Deville se dio cuenta que podía sentir la magia que rodeaba a San Antonio, tal como si se tratara de una criatura viva, un ser que fluctuaba libremente entre las pocas calles del pueblo, entre los árboles que lo rodeaban, entre las personas nacidas allí. 

El Nido. Había escuchado una vez a Alaysa referirse así al pueblo luego de la primera vez que se vieron, meses atrás en el mercado. Luego, en sus largas y tediosas lecturas de los libros del aquelarre había dado nuevamente con el término. En uno de esos libros, hablaban de que existían ciertas zonas del planeta cuya energía mágica era mucho más poderosa que en el resto del mundo, provocando que muchas criaturas mágicas quisieran apoderarse de la zona y reclamar la magia de la misma para ellos. Si San Antonio era un Nido, entonces eso explicaba la repentina atracción de brujas y vampiros hacia el pueblo.

«Bien, ya basta de esperar aquí afuera. Es hora de enfrentar a mi destino... o lo que sea.» pensó Stefan, sacudiendo su melena rubia, que se había alargado un poco luego de haber vivido como un pescador. Movió sus pies hacia la puerta de la casa que él mismo había colocado nuevamente luego del asesinato de Sonia y de un nervioso movimiento, giró el picaporte.

La casa estaba sucia, luego de un tiempo sin que nadie se dedicara a limpiarla un poco las cerámicas blancas se hallaban en un estado deplorable. Stefan respiró profundamente y percibió un olor a guardado que le hizo estornudar.

—Bien, estoy en casa, Ydras— dijo Stefan, sospechando que la mirada púrpura del rey se hallaba sobre él.—Dime qué es lo que tengo que hacer—.

Sorprendentemente, nada pasó, por lo que Stefan esbozó una sonrisa burlona, comprendiendo que la magia no aparece así como así. En sus viajes, había entendido que la magia que habita en los Nidos es intensa y muy difícil de manejar, que tiene su carácter propio y tiende a ser volátil.

El rubio no llevaba mucho equipaje, sólo un pequeño bolso que colgaba de su musculoso hombro, haciéndolo ver más pequeño aún. Lo dejó caer en el suelo y cerró la puerta detrás de él. La casa no tenía sofá, por lo que la habitación destinada a ser la sala de estar parecía un cuarto de locos; todo blanco y sin algo que lo contrastara.

El rubio miró hacia las puertas corredizas de vidrio que se hallaban al otro extremo de la habitación, invitando a ir al modesto jardín de la familia Deville, donde un árbol de la montaña había crecido sin pedir permiso dentro de los terrenos de su casa. Sonriendo, recordó un episodio muy alegre de su infancia, cuando corría detrás de su hermana gemela, persiguiéndola alrededor del árbol con la intención de mojarla. Incluso si se concentraba podía ver a una versión muy joven de él, cuando era un niño delgado y de piel pálida, cuando aún no había salido de las nieblas de San Antonio, persiguiendo a una niña rubia, igual de delgada que él pero unos centímetros más alta, riendo histéricamente mientras gritaba: «¡Stefan, no!»

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora