Capítulo 20.

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Los hermanos Bolívar habían estado juntos por un poco más de ciento cincuenta años, sin separarse en ninguna ocasión más allá de las horas para cazar o viajes de negocios. Siempre estaban los tres.

Aunque no eran hermanos realmente, el vínculo de la sangre de Marianne los mantenía atados de una forma que muy pocas personas podrían comprender. Ni los hermanos más unidos tenían ese lazo mental que les permitía no sólo leerse las mentes y compartir información, sino que las emociones de uno las sentía el otro como propias.

En esa noche de octubre, una luna menguante era la testigo de la emoción que invadía a los tres vampiros: angustia.

—No puedo creer que Ariel esté causando esto. Es que me parece imposible de creerlo— Lucía Bolívar estaba de pie, observando el cielo nocturno de San Antonio a través de los amplios ventanales de la mansión color ámbar. De vez en cuando, se giraba para cerciorarse si su esposo y su hermano seguían allí en la sala con ella. No era necesario, pero ella se sentía más tranquila sabiendo que sus sentidos de inmortal no la engañaban.

—Tú lo viste. Estabas allí, Lu— Cristóbal observó a su hermana arrugar la frente ante la consternación de lo que habían visto los tres un par de noches atrás.

—Este maldito ha estado matando brujas y se ha convertido en un demonio. Bien, ¡pues yo digo que ya basta!— Hector, que estaba sentado en el fabuloso sofá de terciopelo café, se puso de pie de un salto —No podemos permitir que por su culpa, nosotros tengamos que irnos de San Antonio, o peor, irnos de este mundo—.

Lucía se espantó ante las palabras de su marido, se cubrió la boca con ambas manos por la sorpresa. Ella no estaba lista para morir definitivamente, aún después de vivir más de trescientos años. Incluso con ese tiempo, Lucía no se había dedicado a alguna labor benéfica, no había ido al Líbano, y no había tenido las agallas suficientes de ir a Aragón a visitar las tumbas de sus familiares, muertos tantos años atrás.

Ella estaba segura que ni Hector ni mucho menos Cristóbal estaban listos para morir. Fue por eso que, dejando el espanto atrás, apoyó a su marido.

—Tienes razón, Héctor. Él nos está arrinconando cada vez más y no tenemos excusas para protegernos, pero no podemos hacerle nada. Después de todo, él sigue siendo nuestro hermano—.

—¡Ariel no es mi hermano!— exclamó Héctor, repentinamente luciendo tan feroz como la noche en que las brujas perseguían a su amada Lucía— Ese mal nacido va a tener que pagar con creces el hecho de haberse metido con mi familia. El momento va a llegar en que lo tenga frente a mí y entonces es que va a saber...—

«Silencio» dijo Cristóbal en la mente de ambos vampiros «¿Sintieron eso

La razón por la que Hector había dejado de hablar era porque él también había sentido algo. Lucía igual. Una idea, una presencia, rebotaba en las mentes de los tres inmortales sin dejarse analizar por completo. Pero tenían una vaga idea de qué (o mejor dicho, de quién) se trataba.

No era la primera vez que los Bolívar sentían esa presencia ajena a sus pensamientos inmiscuirse dentro de sus cabezas. Desde hacía aproximadamente diez años, ese «eco» aparecía y desaparecía a su antojo, unas veces más fuerte que otras. Pero desde la noche en que vieron al antiguo integrante de su clan convertido en una criatura irreconocible, ese eco había vuelto con fuerza.

Abandonar un clan es la manera en la que un vampiro que pertenece a un grupo de inmortales «hermanos» decide no seguir más sus reglas e irse por su cuenta. En la medida en la que un vampiro creador va creando más vástagos, es más difícil abandonar  el clan. Consiste en un proceso corto, pero muy doloroso para el que decide irse. En testimonios de otros vampiros que hicieron ese ritual, se sentía igual a morir o a convertirse de nuevo en vampiro.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora