Capítulo 10

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El regreso a casa luego de lo ocurrido en el hospital estuvo lleno de comentarios de sorpresa de parte de Celeste y Ángel, extrañados por el cortocircuito que averió las lámparas de todo un pasillo.


—¿No les pareció raro todo eso?— preguntó Celeste, quien se había sujetado el cabello en un moño alto producto del fuerte viento que estaba comenzando a hacer mientras nos aproximábamos a la entrada de la casa.


—Sí—respondió Ángel, cruzándose de brazos para protegerse de la helada brisa—, fue tan extraño que pensé que era cosa de magia—


El cielo sobre nosotros estaba tan gris como lo podría estar en San Antonio regularmente, anunciando que una fuerte tormenta se avecinaba. Aún no habían aparecido los rayos, pero por el modo tan arremolinado y violento con el que se movían las nubes no ponía en duda que no pasaría mucho hasta escuchar el primer estallido de electricidad allá en las alturas.


—No seas tonto, Ángel. La magia no es real—Celeste indicó con apatía.


Suspiré nerviosa ante el comentario de mi hermana menor. Me sentía aliviada de que ella no estuviera al tanto de todas las mentiras que ocultaba el mundo, pero a la vez me preocupaba el hecho de que ella, siendo como era, no se hubiese dado cuenta de que hay cosas bastante extrañas en las afueras, esperando pacientemente una oportunidad para atacar.


Como siempre, Celeste sacó su juego de llaves de su bolsillo, presurosa por protegerse de la inminente llegada del agua. Aproximadamente dieciséis llaves colgaban del aparatoso manojo de souvenirs y cintas de colores que los amigos de Celeste le habían regalado en sus cuantiosos viajes, pero ella parecía saber con exactitud cuál era la llave correcta de cada cerradura.


Si ella era capaz de saber aquella información, ¿por qué no había abierto los ojos ante los verdaderos peligros que ocultaba la noche?


Celeste introdujo la llave en la cerradura de la puerta y esta cedió. Le dio un leve empujón y en seguida Ángel, Celeste y yo estuvimos bajo un techo que nos había amparado desde hacía una eternidad, pero en aquella ocasión no me sentía protegida. Tal vez se debía al rayo que aún resplandecía en la oscuridad de mi memoria justo en el momento que me quité el brazalete. ¿Había sido imprudente? ¿Qué significaba aquel rayo? Eran preguntas que a pesar de dar vueltas constantemente en mi cabeza no le encontraba una respuesta razonable.


Sólo que yo ya no era una persona razonable. Quizás había enloquecido un poco luego de todo el año tan tumultuoso que había pasado, pero la verdad era que ya no sentía aquella pesada carga sobre mis hombros. En la locura había encontrado la paz conmigo misma. Había logrado salir, luego de muchos meses, de aquel abismo en el que el miedo a la muerte me había lanzado sin pensarlo. Pero aún así sentía que algo había ocurrido, un cambio tan repentino y sin vuelta atrás como la tormenta que ya había comenzado a relampaguear.


—Voy a ponerme a estudiar antes que la tormenta empeore y se vaya la luz así como en el hospital. Los dejo solos, queridos niños— dijo Celeste, usando su tono odioso en la última frase antes de encaminarse hacia su habitación y pasarle el cerrojo.


Ángel, por su parte, movió su alto y esbelto cuerpo hacia el sofá que tantas veces lo había soportado. Ángel usaba más ese sofá que mi padre, y casi podía ver que en las formas del cojín se encontraba tallada la silueta del hombre moreno de ojos llenos de luz.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora