Capítulo 9

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Tres días habían pasado desde que Héctor y Lucía Bolívar habían visto a su hermano Cristóbal saltar del avión privado de su familia hacia el vacío de la noche. Tres días durante los cuales, por más esfuerzos que pusieron de su parte, no lograban dar con algún rastro de su paradero.


—Él no pudo desaparecer así como si nada—. dijo Héctor, quien se encontraba en la sala de la mansión color ámbar. Estaba recostado sobre uno de los muebles largos, observando a través de los amplios ventanales las nubes grises que se arremolinaban en el cielo, anunciando la terrible tormenta que estaba por venir.


—Créeme querido, yo tampoco entiendo por qué no podemos comunicarnos con él. Cristóbal jamás había bloqueado sus pensamientos de esa forma. Es impenetrable—. admitió Lucía, quien se recogía sus largos cabellos castaños en una cola de caballo, mostrando su pálido cuello. Ella estaba de pie, pues los nervios le impedían doblar su cuerpo para lograr sentarse.


Era extraño que desde el momento en el que Cristóbal se había dado cuenta de las intenciones de Héctor de llevarlo ante Marianne, éste cerró su mente en un muro incluso más potente que el que ya de por sí tenía luego de que Rosa se fuera.


—Creo que fue un error haber sugerido ir por Marianne a Hungría. Ni siquiera estoy seguro de que aún se encuentre allí. Hace más de veinte años que no se de ella— dijo Héctor, incorporándose en su asiento y frotándose la cara con ambas manos en un gesto agobiante.


Ambos habían decidido suspender el viaje a Budapest para dedicarse a buscar a su desaparecido hermano. Después de haberlo pensado mejor, no había sido una de las mejores ideas haber mencionado el nombre de su creadora frente a Cristóbal, porque tanto Lucía como Héctor sabían la razón por la que el tercer vampiro integrante de su clan había dicho que prefería la muerte antes que toparse de nuevo con Marianne.


—Estabas haciendo lo que considerabas mejor, Héctor. Pero tenías que recordar que Cristóbal odia a Marianne.— dijo la mujer, en un intento de consolar a su marido. Se acercó a él y le presionó su cabeza contra su vientre, abrazándolo. Dedicó una mirada atenta hacia afuera, donde las señales de mal tiempo empeoraban.


—Lo sé Lu, pero ¿qué quería que hiciera? Por lo menos logré sacarlo de su inanición— Héctor miró a su esposa desde abajo, observando los suaves rasgos que lograron que se enamorase de ella. Suspiró y se puso de pie, donde de nuevo miró a través de la ventana y puso un gesto incómodo ante la vista, por lo que su esposa le imitó.


El clima afuera comenzaba a ponerse turbulento, según lo que podían observar ambos inmortales bajo la seguridad de un techo que los había protegido durante casi ochenta años.


—Esta tormenta no es normal— dijo el hombre caminando con lentitud hacia el amplio cristal de la ventana.


— Ay Héctor, no me asustes. Ya tenemos suficiente con todo esto que está sucediendo. Pero creo que tienes razón ¿las brujas están detrás de la tormenta?— Lucía le acompañó y se acercó hasta la ventana hasta el punto que su nariz casi tocaba el cristal.


—No lo sé. Ya no entiendo nada, Lu. La advertencia de Alaysa fue demasiado real, vi en sus ojos que hablaba en serio. Si no encontramos una forma de detener lo que está en marcha, creo que nos tendremos que ir de San Antonio para siempre—

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora