Capítulo 27

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—¡Maldición, eso duele!

Por tercera vez, Stefan Deville se gritaba a sí mismo cada vez que intentaba aplicarse un menjurje a base de aloe vera, miel, vinagre y llantén sobre la quemadura que tenía en el pectoral izquierdo. Durante quince minutos, había estado mirándose en el espejo del baño, respirando hondo para volver a componerse y curar su herida.

Cada vez que empapaba una gasa en la extraña mezcla, helada por haber estado en la nevera durante algunas horas, su respiración comenzaba a agitarse pues sabía que al instante de colocarla sobre aquella fea ampolla rojiza le dolería una barbaridad.

No era la primera vez que Stefan se quemaba, pero el fuego de aquella noche no era normal. Aquel era un fuego demoniaco, con hambre de destrucción, ávido de sangre.

—¡Maldita seas, Alaysa! ¡Mil veces!

Dijo cuando se puso una gasa nueva en el pecho.

La primera noche de luna nueva había sido una de las peores experiencias en las que el joven brujo se había metido. Aún sus ojos le ardían por el calor de las llamas que tenían vida, comiéndose todo a su paso.

Stefan recordó como luego de haber puesto a Rosa a salvo, una inesperada –o quizás no tanto- visita apareció en su puerta. Lucía, la mujer perteneciente al clan Bolívar, estaba de pie en el umbral de la mansión Deville.

—Pasa— le invitó, y Lucía asintió y caminó de manera humana hasta el interior.

En ese momento, Stefan se habría imaginado lo que la vampiro estaba a punto de pedirle, y él ya tenía una respuesta preparada.

Alaysa se había vuelto loca al pensar en destruir a los vampiros que por tantos años habían de igual manera protegido a los habitantes del pueblo de las numerosas criaturas interesadas con adueñarse del pueblo. Ambas especies, brujas e inmortales, trabajaban en conjunto.

—Espero que mi visita no te incomode— Lucía era una mujer hermosa, sus jóvenes facciones congeladas para siempre.

—No, para nada. Es sólo que no me imaginé que volviéramos a hablar luego de lo que pasó en la carretera.

Lucía asintió al comentario. Quizás ella tampoco se imaginaba volver a dirigirle la palabra a Stefan. Las brujas trabajaban en conjunto con los vampiros, sí, pero a su vez estaban separados. Siglos de luchas y muerte se habían encargado de que ambas especies no mantuvieran una relación más allá de la diplomacia.

—Creo que merecemos más que eso, ¿no crees?—la voz de Lucía era suave pero a la vez llena de determinación. Allí había tristeza. Una melancolía que parecía eterna.— Nuestras familias han padecido muchos horrores y penas. Ya es hora de que las cosas cambien a mejor. Por lo menos, yo quiero eso. Y estoy segura que tú también, Stefan.

El rubio la miró detenidamente por unos segundos. Era cierto, tanto los Bolívar como los Deville habían sufrido mucho. Él, Stefan, había perdido nada menos que a su hermana gemela. Ellos, los Bolívar, se habían enfrentado a todo el poder de un aquelarre debido al odio que le profesaba su antiguo hermano. Eran dos clases de sufrimiento, pero al fin y al cabo era lo mismo.

—Ya no quiero seguir luchando. Estoy tan cansado. Desde que salí de esta casa hace tantos años atrás no he hecho otra cosa que luchar por sobrevivir. Pensé que volver al pueblo lo arreglaría todo, que por fin podría tener una vida tranquila junto a mi hermana. Las cosas no salen como uno las espera.

—No imagino lo triste que debes sentirte por lo de Sonia. Ella era una mujer maravillosa. Las veces que hablé con ella me di cuenta que no todos los que pertenecen al linaje de las brujas son de pensamientos oscuros. Y veo lo mismo en ti.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora