Capítulo 5.

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Varios días después de lo sucedido en el cementerio, mi relación con Celeste había cambiado radicalmente. Habíamos pasado más de siete años sin hablarnos como las hermanas que éramos, y haberme perdido de tantas cosas en su vida me hizo comprender que fui una pésima hermana mayor.

Lo que me había recriminado aquel día era cierto, había sido ciega ante el error tan grave que había cometido. La había abandonado cuando ella más me necesitó; en la época oscura en la que mi madre estaba enferma, yo decidí irme a la universidad para cumplir mi sueño de convertirme en periodista.

Qué egoísta había sido y aún seguía siéndolo. Ya era hora de parar.

Luego de ello, mi mentalidad volvió a ser un poco como la antigua Rosa, la que no se compadecía de lo triste que había sido su vida. Supuse que el momento de seguir adelante llegaría tarde o temprano, y Celeste había sido quien me quitó la venda de los ojos. Ella me había sacado con uñas, dientes y patadas de aquel agujero sin fondo que yo misma había cavado, y ahora yo debía devolverle el favor.

Le supliqué que no le contara nada a nuestro padre acerca de mi enfermedad, a lo que ella aceptó con la condición de que acudiera inmediatamente a un centro de salud para curarme. Su insistencia en que debía estar sana me hizo sentir que aún ella me necesitaba, que detrás de toda aquella rebeldía y mal humor se encontraba alguien de nobles sentimientos. Si permitía que el monstruo dentro de mí me devoraba completamente, estaría siendo tan egoísta como siempre.

Una mañana, mientras intentaba componerme luego de un sueño intranquilo, en el que me encontraba corriendo por un largo pasillo mientras unas sombras siniestras iban tras de mí, sonó el teléfono.

No estaba sola en casa, así que escuché a mi padre caminando hacia el aparato y levantar el auricular.

—¿Hola?— preguntó con aquella voz ronca que le caracterizaba cuando hablaba justo al despertar. Lo que no me esperaba era lo que él diría a continuación.—Cristóbal, ¿eres tú?—

Mi corazón estuvo a punto de salirse por mi boca al escuchar ese nombre. Casi me estrellé contra el suelo, pues justo cuando sucedió eso me estaba colocando un pantalón largo color beige que sentía que hacía años que no usaba.

Era él. Cristóbal estaba llamando a mi casa. Se había comunicado. Comencé a temblar. Estaba asustada y confundida, un repentino mareo me hizo perder el equilibrio momentáneamente. ¿Qué me sucedía?

—Espera un momento. Déjame ver si está— escuché decir a mi padre, a lo que abrí la puerta a una velocidad sobrehumana, o por lo menos así creía haberlo hecho.

Mi padre estaba a un centímetro de tocar la puerta para cerciorarse si estaba despierta o me encontraba en casa, porque luego de aquella conversación con celeste, ella había rehusado a dejarme encerrada en mi habitación por ningún motivo. Sólo que esa mañana, tenía un examen importante en la universidad y tuvo que romper su juramento.

—Rosa... En el teléfono— tartamudeó mi padre al quedar sorprendido de verme allí de pie.—Cristóbal quiere saber si estás en casa—

Al día siguiente en que había abandonado todo en San Antonio, fue el momento cuando recibí la primera llamada telefónica de Cristóbal, pidiendo hablar conmigo. Por el teléfono, había repetido sin cesar que me amaba, que lo perdonara por el mal que me hizo, que él habría echo todo lo que estuviese a su alcance para hacerme feliz. En aquel momento, no emití ni una palabra. Ni siquiera esperé a que él terminara de expresar lo que seguramente le costó tanto, cuando le colgué.

Durante semanas, Cristóbal continuó llamando a mi casa, pero seguí usando el mismo método que la primera vez; hasta que decidí que era momento de evadir sus llamadas, por lo que cada vez que sucedía que al atender el teléfono escuchaba aquella voz profunda y grave, tal como la de los galanes de las películas en blanco y negro, le pedía a mi padre o a Celeste que le explicaran que no estaba en casa o que estaba dormida. Cualquier excusa barata.

Cénit (Sol Durmiente Vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora