[Epílogo]

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Los buenos siempre son los primeros en caer

Notita: Esta parte fue editada completamente, nada del viejo epílogo quedó aquí por lo que algunas escenas fueron cambiadas y a otras se les agregó más contenido. Nada de esto afecta la secuela ni la historia en sí, sólo hubo corrección.

(...)

Otoño, luego vendría invierno. Un nuevo tiempo se acercaba, o eso es lo que quería creer los ojos que miraban las hojas color del atardecer naranja que caían de los altos árboles. Le gustaba. Era lo más hermoso que podía ver durante toda su vida, simple, sí, pero lo simple para su persona lo catalogaba como extraordinario.


Necesitaba la calma al menos por una vez, ya había pasado por mucho durante el año pasado. Lo bueno es que aquello ya iba a tener su victorioso final.

Un crujido oyó al tener los ojos cerrados y dejar que los aires tocaran su rostro como si de un objeto suave se tratase. Era cómodo, limpio, sereno, y hacía olvidar cualquier preocupación. Así era el elemento, solo significaba buena ventura para todo aquel que lo recibiera. Pocos conocían ese concepto, pero el individuo lo conocía a la perfección y se entendía con el mismo. Amor le tenía.

El aire se vio removido cuando sintió la presencia de algo físico, por su olor y aura, sabía de quién se trataba. Pues claro, ¿cómo no deducirlo si se trataba de su propio padre?

—¿A qué has venido? —cuestionó su llegada a su alcoba tan repentina, no hablaba con el hombre desde hacía diez días. Desde que acabó la guerra con el reino del sur, la distancia entre los últimos Fire era constante.

No le respondió, el hombre parecía meditar lo que hablaría. Ya era normal verlo tan absorto de cualquier situación, excepto las de suma importancia, como la situaciones en su reino. El rey Fire se mantenía ocupado con todo lo que se atravesara en el camino, y solamente era para alejar su mente de esa persona que irremediablemente carcomía su ser en cada segundo. Quería apartar ese nombre, esa esencia, esa falta, ese querer. Comenzó a odiarse por tener tal sentimiento puro y molesto.

Era Nate Fire, no se podía dar el lujo de sumirse a una mujer. Eso es lo que se podría decir, pero era Nate Fire, el hombre más noble que pudo existir.

El rey de ojos azules rió tan por lo bajo que su hijo se cuestionó si tenía una contracción, había pasado tanto tiempo en el que lo había visto sonreír. Estaba más acostumbrado a verlo enojado que consideró que no era normal que mostrara un sentimiento alegre.

—No —zanjó de inmediato el príncipe de Fawer —. El puesto del rey todavía no es para mí.

Aunque su padre no haya mencionado nada, sabía por su comportamiento corporal que venía a eso, conocía al mismo en esa parte y sabía que no vendría personalmente a su propia alcoba solo para hacerle compañía. Estos dos sabían cómo entenderse sin siquiera hablar, y por mucho que detestaran ser tan predecibles el uno con el otro, por otra parte era una ventaja.

—No puedo ser rey, no puedo seguir —esta vez habló Nate —, mis días en serlo ya acabaron, Harchie. Mi objetivo nunca fue reinar y eso tú lo sabes —le recordó sabiamente.

Harchie lo sabía, nunca se le iba a olvidar esa conversación que tuvieron ese día, el día en que su madre fue asesinada por el mismo. El rencor revivió como el fénix entre las llamas. De alguna forma había podido cerrar ese fuego ardiente de venganza que tenía en su ser, pero con solo la última frase de su padre, encendió la llama más fácil de lo que había sido apagarla. ¿Cuál era el sentido de masacrar a toda la miseria del mundo si, en el trayecto, se le arrebataba su propia madre? La mujer no pudo ser buena amante ni esposa, pero ese defecto se rellenó con el hecho de ser madre. Con él lo fue, la mujer lo quiso demasiado, más de lo que mostró a las personas. El joven Fire sabía que su madre lo quería, a su manera, pero lo apreciaba.

Eternos finales © ✔️Libro #0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora