[07∆]

132 50 168
                                    

—No vuelvas a hacer eso  —le exigió él mientras limpiaba la herida de la palma de su mano

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—No vuelvas a hacer eso  —le exigió él mientras limpiaba la herida de la palma de su mano.

—No puedo prometerlo, tal vez lo vuelva a repetir —afirmó.

Él terminó de limpiar la herida, le puso un pañuelo alrededor y lo ajustó en caso de que se soltará. La miró y suspiró.

—¿Y si no hubiera sido tu mano? Pude haberte herido de gravedad  —mencionó con cierta molestia.

—No sucedió nada, es lo bueno. Le prometo no ocultarle nada mas.

—Me aseguraré de ello  —afirmó.

Los dos estaban en sentados en la cama de Eri. Se quedaron en silencio, hasta que él reaccionó.

—Bueno, he de irme --se
incorporó.

Se dirigió a la puerta, no si antes mirarla por última vez y decirle:

—Mañana trata de levantarte al alba. Vas a entrenar. Y... cuida de los cachorros, si necesitas algo puedes recurrir a mi ayuda —murmuró  —,una advertencia, no te encariñes con ellos, muy pocas veces los cachorros de Fahira sobreviven después de su
nacimiento, en tal caso que sobrevivan, igualmente te advierto que no lo hagas  —concluyó y se retiró.

—No sé si pueda evitar encariñarme  —murmuró.

Al amanecer. Tal y como le ordenó él, Eri despertó y se alistó para su primer día de entrenamiento. Estaba ansiosa, quería entrenar lo más pronto posible.

El encuentro sería en el jardín, dónde tuvieron el mal momento la noche anterior. Por lo menos algo positivo saldría de ello, los cachorros vivirían, y ella podría cuidarlos.

Al llegar al lugar indicado. Nate ya la esperaba con dos espadas de maderas, una en cada mano, él también estaba ansioso por iniciar.

—Buenos días   —le saludó él.

—Buenos días  —saludó ella e hizo una reverencia.

—Buenos días  —le sonrió y le dió en las manos la espada de madera, luegose apartó y se puso en posición.  —¿Estás lista?  —inquirió con una sonrisa de victoria muy obvia.

—Bueno... No lo sé  —vaciló.

Sin previo aviso, él atacó sin siquiera darle oportunidad a nada, ella se movió a un lado.

Grave error.

Él provocó que se tropezara con su espada, e hizo que fuera un obstáculo al ponerla entre sus pies, lo que causó que cayera al suelo de cabeza.

Ella gruñó y se incorporó, obviamente con irritación y dolor por todo su cuerpo.

—¿Quién dijo que en una verdadera batalla se vacila? —se rió por su sermón  —Primer error cometido.

Eternos finales © ✔️Libro #0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora