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Era un día fresco en el reino Fawer, ya faltaba poco para el medio día

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Era un día fresco en el reino Fawer, ya faltaba poco para el medio día. Nate estaba en jardín junto con su hijo, pero no estaban solos, la reina Brithney les hacía compañía, hecho que era extraño. Ella casi nunca se molestaba en ver que hacían su esposo e hijo, pero por alguna razón estaba allí.

Nate entrenaba a su primogénito en el arte de la espada. Cuándo cumplió los cinco años, no esperó para enseñarle, estaba ansioso por enseñarle a su hijo todo lo posible. Él estaba ilusionado con convertirlo en un gran guerrero, aunque el pequeño en cierto modo era torpe. Las primeras veces no podía ni cargar con la espada de madera, ya que se caía con su propio peso. Nate debía ser muy paciente si quería que aprendiera.

—¡Papá! —le gritó molesto —¡Esto es muy difícil!

El pequeño hacía pucheros y replicaba una y otra vez. Le encantaba entrenar con su padre, pero aveces se excedía con los ejercicios, al menos era lo que el niño pensaba. Su cabello era negro azulado y largo, con las puntas onduladas, le cubría las orejas. Tenía esos ojos azules, herencia de su padre. Era un niño hermoso, pero de baja estatura y de un cuerpo débil.

—¿Crees que es difícil poner tu espada al frente? —inquirió sin poder creerlo —Harchie, hijo. Ya has hecho esto antes, ¿por qué se te hace difícil ahora?

Harchie soltó su espada al suelo y cruzó los brazos contra su pecho. Hizo muecas de querer llorar, por lo que confundió a Nate.

—¿Llorarás de nuevo?

Su hijo cada vez que hacía algo malo de inmediato lloraba, aunque él ya estaba acostumbrado a sus llantos.

—De tal palo, tal astilla... —murmuró Brithney irritada.

Ahora ella tenía su cabello corto, casi rapado. Aunque su belleza no era perturbada por su corte, seguía siendo esa mujer hermosa.

—¡Papá! —el pequeño llamó a su padre ahora frustrado.

Nate se acercó a su hijo y se agachó para estar a su altura. Le puso su mano sobre la cabeza del niño y lo consoló.

—Contigo hay que tener paciencia... —dijo con ternura.

—Esto es una perdida de tiempo, no me gusta que lo enseñes a cosas que no le gusta. Tú y yo tendremos una conversación pendiente —espetó la reina. Sin dejar que Nate respondiera ella se retiró. Esa mujer cada día estaba más insoportable.

El pequeño quería a su madre allí, pero como siempre, sus deseos no eran cumplidos.

—Papá… —murmuró —¿por qué mamá siempre está molesta contigo? —preguntó.

Nate suspiró sin saber dar una respuesta comprensiva, su hijo no estaba listo ni debía saber como era la vida de él y su esposa, que cada día no la aguantaba más.

—Cuándo tengas la edad suficiente para entender  —dijo.

—Nunca puedo saber nada… ¿por qué tantos secretos? ¡Es irretebee! —dijo lo último con el entrecejo fruncido.

Eternos finales © ✔️Libro #0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora