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Su rostro estaba poco iluminado, no estaba del todo segura de lo que se había planeado, ¿era necesario decirle a todo el mundo su compromiso? No, definitivamente no lo era, ni siquiera le hacía gracia casarse

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Su rostro estaba poco iluminado, no estaba del todo segura de lo que se había planeado, ¿era necesario decirle a todo el mundo su compromiso? No, definitivamente no lo era, ni siquiera le hacía gracia casarse. Todo ese tema la aburría, pero no le quedaba de otra que seguir adelante sin objeciones, pronto acabaría eso, todo aquello tendría que culminar.

Los días pasaron más veloces que un rayo, ya en pocas horas iniciaría el dicho baile, horas atrás la estaban preparando para dar la mejor imagen a sus invitados, aunque sinceramente, no le importaba, sólo eran simples personas que vendrían a chismear y divulgar cada paso que diera. Al pasar horas maquillándola, vistiéndola, peinando su cabello, decidió echar a todas las mucamas que lo hacían, no era porque les molestaba su presencia, sino el hecho de que hicieran todo aquello como si fuera una inútil. Prefirió arreglarse ella misma. Se miró al espejo y suspiró lentamente ante su espléndida imagen, la cual no acostumbraba. Tenía un vestido de terciopelo púrpura con una cinta alrededor de su cintura de color dorada, el mismo tono en líneas de tela sobre su cuello y mangas que también eran extensas, la cola era corta con sus telas doradas que combinaba perfectamente con su apariencia, su pecho estaba al descubierto, pero a pesar de ello era decente, su clavícula la decoraba un collar de diamantes sencillo, llamativo. Su cabello estaba suelto y sedoso, tenía una diadema de oro sobre su cabeza, alejando cualquier mechón de su rostro.

—Bien —se animó —, ya llego el momento. Qué nervios, estar bailando frente a tantas personas es tan preocupante, espero no dar un mal paso —murmuró nerviosa. A los pocos segundos, le fue anunciado que debía presentarse ante sus invitados, tendría que llegar sola, ya que se suponía que debía ser sorpresa sobre el anuncio, era conveniente.

Sin más preámbulo inició su jornada. Mientras todos los invitados esperaban en la sala del trono. Nathanien, quien estaba más pulcro y más guapo que nunca, comenzaba a impacientarse, las personas habían llegado, incluso el propio rey Nate estaba con su familia en el sitio, por supuesto que le incomodaba, después de aquella discusión y enfrentamiento que tuvo con el susodicho, las cosas definitivamente habían cambiado, ahora debería estar alerta. Estaba de pie junto a la silla de la reina, vestía un traje elegante blanco, además de una capa que caía sobre su espalda del mismo color. Sus rizos habían sido peinados de manera que resaltarán más, hacia atrás. Se veía muy atractivo y muchas mujeres ya le habían echado el ojo. Impacientado y ausente a lo que ocurría a su alrededor, exhaló y gruñó por lo bajo buscando la manera de mantenerse en calma, era obvio que esperar no era su mejor fuerte.

«—¿Qué estará haciendo, por qué tarda tanto? Estoy parado aquí como un tonto —» pensó. Sin percatarse, Soger se le había acercado para estar junto a él y darle la noticia que hace rato deseaba escuchar:
—Preparáte. Ya viene —avisó.

Soger tampoco se quedó atrás con su vestimenta, tenía una túnica negra que lo hacía lucir más joven a pesar de su edad y ni hablar de su larga cabellera que lo resaltaba. Él también fue deseado por las invitadas. Las personas hablaban entre sí, pero con oír un aplaudido por parte de Nathanien ese ruido cesó, ahora todos ponían su atención a aquella silla. El salón estaba iluminado por grandes velas en elegantes candelabros, lo que daba una perfecta imagen para el ambiente, a pesar de que era de noche.

Eternos finales © ✔️Libro #0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora