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Por cuestiones de minutos, los dos inconscientes fueron llevados al castillo

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Por cuestiones de minutos, los dos inconscientes fueron llevados al castillo.

Gindy estaba recién despertándose cuando fue lanzada al suelo de la sala del trono junto con su criado. El lugar daba un ambiente siniestro y para nada acogedor, casi no había luz, solo un destello que iluminaba el escenario, provenía de un ventanal a la izquierda, pocas veces se podría ver, aunque eso no cambiaba el hecho de que todo era tenebroso y lleno de oscuridad.

Al frente estaban unos escalones grises que llevaban a la silla del rey, compuesta por una silla cubierta por una piel roja ya vieja y usada por antiguos monarcas, tenía una coronilla de oro que la hacía resaltar, pero aun así, era vieja, aburrida, y diabólica a los ojos de los demás. El salón estaba repleto por guardias a los lados, todos hombres mayores y cansados, pero fueron leales a la corona.

El rey Rufel, se encontraba en esa silla diabólica contemplando la escena a lo que a él le parecía graciosa y entretenida. Su día había sido aburrido hasta ese momento, ¿qué planeó hacer con su hija? ¿que plan perverso haría esa vez? La primera en despertar fue la princesa, quien de inmediato se puso de rodillas mirando horrorizada a su padre, este tenía los ojos llenos de odio y la fulminaban, eso provocó que lo más interno de su ser se estremeciera y sintiera terror.

«¡Maldita sea! matará a Genn, eso es seguro» pensó atemorizada, en menos de un segundo de lo que ella despertó, su amigo igual lo hizo, y se puso de rodillas sin sentir ningún temor hacia el rey.

Todo estaba acabado.

—Vaya, vaya. Esto es una completa sorpresa. Así qué, te atreves a traicionarme, escapando como un ladrón —afirmó entre risas leves —Y además con un sucio vagabundo de mierda —su voz se volvió seria y siniestra.

—Él no tuvo la culpa... Yo fui la que se quiso ir, la que le pidió ayuda. Él solo me ayudó a tratar de escapar —confesó. Para ella era la verdad, en absoluto, pero sabía que el hombre de la silla no creería lo mismo, no para su conveniencia —Déjalo ir... —suplicó.

—¿Acaso te dije que confesaras? Yo soy el que manda aquí, ¡él que decide si hablas o no! —dirigió su mirada asesina hacia Genn —¡Y tú! pequeña escoria, ¿Qué dices a favor?

—¿Yo? —preguntó con tono sarcástico —Sí, yo decidí ayudarla porque ella me lo pidió y por...

—¡Pura palabrería! —lo interrumpió alzando la voz —Me aburres escoria... ¡Guardia, tráedlo ante mi!

El guardia que se encontraba oculto entre las sobras, caminó hacia Genn y lo tomó del cuello para llevarlo ante el rey, pero antes de que pudiera llevarlo ante él este espeto:

—¡No! Prefiero ir yo —se zafó del agarre en un movimiento brusco, estaba cansado de los malos tratos de para lo que él eran, los estúpidos guardias. El rey Rufel se levantó de su silla, Genn se quedó quieto en la espera de su llegada, no le daba temor su corpulento cuerpo. A paso lento, Rufel llegó y quedó frente a él.

Eternos finales © ✔️Libro #0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora