[23∆]

71 17 279
                                    

Guerra parte 1

Silencio. Era lo único que se distinguía, no había nada.

La neblina cubría el campo abierto que era decorado por enormes árboles y rocas a su alrededor. El cielo no estaba despejado, las nubes grises lo cubrían todavía, los truenos aniquilaban la serenidad. Pero la lluvia no hacía aparición ni el enemigo.

Los soldados habían marchando por toda la noche, no se sabía qué tiempo era exactamente, sólo había unas mínimas iluminaciones en las nubes grises del panorama.

Todos ellos estaban en sus respectivas posiciones a las espera de la órdenes. Sus mandantes estaban al frente sin mover un solo dedo, analizaban el escenario despejado. Se suponía que encontrarían al ejército enemigo, pero allí no había absolutamente nada, había demasiada paz para ser un día en lo que todo se decidiría con aquella batalla.

—Ya viene —anunció el susurro de una reina.

La neblina que cubría el prado y no permitía la vista hacia la distancia, se despejó en brevedad cuando se escuchó los pasos a kilómetros de cientos de personas. Cuando la nubosidad cesó, se distinguió a lo lejos, a sus contrincantes.

Eran cientos de ellos, su magnitud de reclutas era intimidantes. Ambos ejércitos lo eran. Su líder caminaba con ellos, no estaba en un caballo como muchos. No tenía armadura, sino ropa sencilla pero adecuada para una batalla, de hecho, ni ella ni su contraria. La marcha de los militares se detuvo al estar a más de veinte metros a la distancia. Todo se volvió en una terrorífica tranquilidad y tensión.

Solo se oían respiraciones aceleradas y era obvio la euforia impregnada en los combatientes.

—Así que viniste —dijo desde la distancia la reina de cabellos negros.

—Por supuesto que vine —dijo la de largos cabellos castaños.

A pesar de la larga lejanía, podían entenderse con claridad, la lejanía no era un obstáculo para comunicarse.

Como lo había ordenado a la perfección, la castaña se bajó del Fahira que montaba y caminó hacia el frente. Se alejó lo suficiente de su ejército para enfrentar a su enemigo en soledad, aunque no sería por mucho. Ella iba a analizar qué tan potente y fuertes eran.

—Nate, no ataquen hasta que dé la señal—le susurró en la distancia.

—Entendido —susurró y asintió al verla de espaldas en el prado.

La pelinegra sonrió satisfecha. Alzó la mano e hizo un ademán con los dedos que dio la orden a una pequeña porción de sus hombres que salieron disparados en dirección a la mujer que los enfrentaría.

La castaña sacó la espada de su empuñadura y se puso en posición de ataque cuando venían los combatientes a por ella. Respiró profundo, cerró los ojos a la espera de ellos, cuando los sintió a corta distancia, los abrió. Junto con su osadía, decidió hacer sus movimientos. Corrió hacia a ellos, al entrar en contacto empezó moverse con agilidad, cortaba profundamente los cuerpos que iban atacándola, se movió de lado a lado con mucha destreza, los eliminó a cada uno.

La pelinegra ordenó a más soldados a atacarla, pero como los anteriores, derramó su sangre antes de que siquiera le tocarán un mechón de su cabello.

Los truenos combinaron el sonido de su espalda al cortar los cuerpos que confrontanba.

La flecha negra se detuvo cuando los ataques que ordenaba la pelinegra se detuvieron. Allí lo entendió todo, no mandaría más hombres, porque llegó la hora de que pelearan serio.

Eternos finales © ✔️Libro #0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora