Capítulo LXVI: "La Sala de las Tormentas 2/2"

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🔹 ---> ponen la música
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Las ancianas guerreras terminaron de peinar a Vittoria por segunda vez esa mañana, trenzándole el abundante cabello rojo en dos secciones que le rodeaban la cabeza para unirlas en una única trenza tejida con jazmines blancos que le bajaba por la espalda, deshaciéndose de los ramilletes de lilas que habían usado anteriormente, le acomodaron la consabida túnica de terciopelo esmeralda que parecía ser la única inmune a los juegos de la niña, ciñéndosela con un precioso cordel de oro que daba varias vueltas en torno a su torso.

Les parecía una vulgar majadería que la joven deidad se presentara ante el Patriarca usando zapatos de viaje, pero ya había destrozado todos los pares de sandalias romanas que poseía. Así que le calzaron las botas marrones que usó cuando llegó al Santuario, no tenían tacón pero sus pies producían el agradable sonido del cuero al roce con las baldosas del suelo.

Echándole una última ojeada a la preciosa niña, las ancianas suspiraron pensando que no podían hacer más y con dos de ella escoltándola a la Sala del Trono; Niké comenzó su desfile por la Villa hasta llegar a la blanca puerta de doble hoja esculpida con oro. Estaba a punto de llamar cuando Mu y Shaka doblaron una esquina y aparecieron charlando despreocupadamente; sonrieron abiertamente al ver a su amiga pero enmudecieron al ver a las antiguas amazonas, su mal carácter era ya célebre por todo el Santuario.

Las mujeres estaban a punto de pedir a ambos chicos que se marchasen de allí cuando uno de los centinelas a la puerta se adelantó para abrir las puertas; indicando que el papa les esperaba a todos. Mu se despidió de Shaka para dirigirse a la Biblioteca y guiándose un ojo con Vittoria, ambos ingresaron a la Sala.

El joven Santo de Aries ya había entrado a aquella enorme habitación muchas veces y estaba acostumbrado al ruido escandaloso de sus pasos contra las paredes y su confianza al andar infundió ánimos a su compañera, a la que el aire de solemnidad le imponía un poco.

Al acercarse Mu se arrodilló con rapidez para luego situarse a la derecha de su maestro, se veía que estaba familiarizado con la situación y ni siquiera vaciló al poner los brazos tras la espalda y sus grandes ojos soñadores miraron risueños a Vittoria.

Shion hizo un gesto para despedir a las cuidadoras de Vittoria, apenas habían salido de la Sala, la chiquilla se volvió hacia el papa y le preguntó con su clara voz acampanada.

-¿Es hoy Su Santidad?

-Si, mi querida Vittoria, es hoy,- luego añadió mirando a su aprendiz y levantándose del trono, -llevaremos a Mu con nosotros para que practique y también para que te ayude.

El chico se sonrojó ligeramente e hizo una pequeña reverencia a su compañera. Ella le palmeó el hombro sin ninguna ceremonia y ambos siguieron a Shion hacia la zona privada del Santuario, aquella a la que solo el Patriarca o la propia Atena accedían, aquella más allá de la sedosa cortina blanca detrás del trono.

-Es hora de abrir por vez primera desde hace dos siglos la Sala de las Tormentas- anunció misterioso mientras cruzaban el enorme arco.

El lugar era oscuro y ni siquiera tenía luz, pues no había nadie que encendiese las antorchas o corriese los pesados cortinajes. Pero Shion lo prefirió, así ambos niños no verían nada que no fuera lo que él quería que viesen.

Anduvieron una docena de metros y Shion extrajo de uno de los múltiples bolsillos secretos de su túnica la pesada llave de hierro que le habían llevado la noche anterior.

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