Capítulo LVI: "La Primera Exclamación de Atena"

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El sol quemante de los últimos días de invierno abrasaba la piedra recia y fría de la Gran Escalinata, las columnas caídas a ambos lados de los peldaños ofrecían un bello contraste con los distintos paisajes de las Sendas, tan variados que aquel que caminaba entre ellos tenía la sensación de viajar por distintas regiones en lugar de zonas de una montaña.

Pero aquella tarde, tal vez lo más inusual era todo el cortejo de niños que bajaba lenta y ruidosamente por las Casas del Zodíaco, dirigidos por un chico de no más de la década cuyos cabellos violáceos bailoteaban al viento, le seguía un niño de pelo rubio y expresión tan serena que parecía caminar durmiendo, detrás venía un chiquillo de la misma edad en cuya despejada y blanca frente destacaban, como luces en la noche, dos lunares color magenta que delataban su tierra natal y su habilidad estrella, la cual se manifestaba en aquel momento por la cantidad de costales de cemento, pilas de madera, kilos de cal, ladrillos y azulejos que flotaban en el aire sobre aquella fila variopinta de chiquillos escandalosos, como vulgares rocas volando alrededor de radiantes estrellas.

Detrás del pequeño procedente de Lemuria, venían dos niños: uno que en lugar de bajar los escalones caminando rudimentariamente como sus compañeros, lo hacía saltando; y el otro que bajaba algunos peldaños y esperaba a su amigo, cuyas finas facciones podrían ser incluso confundidas con las de una niña.

Atrás del pequeño saltarín venía otra pareja de niños que no paraban de discutir, en realidad uno era el que discutía, porque el otro se dedicaba a concentrar su avispada e inteligente mirada al cielo, a los costales de material que flotaban sobre ellos o simplemente evitar contestar a su acompañante cuya alocada melena color azul medianoche le llegaba hasta los pequeños hombros.

Luego venían otros tres niños, uno era bastante corpulento para su edad y tenía una cómica sonrisa escondida en su afable mirada, poseedora de los únicos ojos oscuros en aquella compañía; tras él venía un chico de aproximadamente la misma edad que el que dirigía la fila; sus ojos azules miraban enternecidos a otro niño que parecía ser su vivo retrato, de no ser por el color del cabello y una banda de seda roja que rodeaba su cabeza; mientras que otro chiquillo de cabellos color verde bosque presumía a una niña pelirroja sus músculos que apenas se notaban bajo la piel de sus pequeños brazos.

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-Mira Vittorrria...

-Uno, Tos, Cuato...- Afrodita iba contando los escalones a saltitos

-Tres, enano, sigue el tres- le corregía Saga

-¡No só enano! Plonto cumplo tles anios.

-¿Eso qué? ¿Eres alto? No. ¿Eres grande? No. Lo que sí eres es un enano.

Afrodita le enseñó la diminuta lengua.

Tras ellos, Camus y Milo sostenían una verdadera discusión.

-¡Jéjame!- El pequeño Santo de Acuario medio trotaba, medio caminaba para esquivar el agarre de su amigo, cuyo alborozo siempre significaba trato brusco y algún que otro moretón.

-No te vayas Camu, mila al pajalito- Milo sabía muy bien cómo llamar la atención de su interlocutor

-¿Qué pajalito?- se interesó de inmediato el aludido

-Éte- Milo extendió su palma ante la brillante mirada de su compañero, pero no había nada. Indignado, Camus miró la cara de Milo quien le sonreía sin poder aguantar la risa.

-¡Caíte ota vez!

Sin embargo, la broma no tenía nada de divertida para la víctima, quien le pagó a Milo con un soberbio tortazo en la coronilla. El pobre chiquillo quedó sorprendido y aturdido por un momento antes de perseguir a Camus, quien se había echado a correr por las escaleras para escapar a la revancha de su amigo.

Historia de OroWhere stories live. Discover now