Capítulo I: "¡Nace!"

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El patriarca despertó a la luz de los débiles rayos del alba, se rebulló un poco en la cama con el fin de dormir un poco más...

Pero fue imposible, no había dormido bien en las últimas semanas y éste día, al parecer no iba a ser la excepción, se levantó y con ritmo lento y acompasado se puso una bata, la temperatura desciende antes de amanecer y la altura de la Cámara del Patriarca, empotrada en la montaña, la hacía blanco perfecto de vientos helados que junto con la arquitectura de villa griega convertían el lugar en un verdadero congelador en las noches de invierno.

Se vistió y arregló con parsimonia, luego se dirigió a la pequeña estatua de Atena para hacer sus oraciones; allí pidió una vez más por el mundo, por un año de paz, por que llegara un día en que la Orden de Santos ya no fuera necesaria, porque por un instante, las personas descubrieran el amor de su diosa y a través de él se amaran y respetaran las unas a las otras, oró por todos aquellos que no sabían a quien le debían el equilibrio en el mundo, pues aunque Atena aún no había renacido, su cosmos y su amor siempre velaban por los habitantes de la Tierra.

Después de una hora, llegó el momento de ponerse a trabajar. A veces el papa envidiaba a su compañero y amigo, Dohko de Libra; sentado ante la Gran Cascada vigilando el sello, no teniendo otro deber más que mirar; podía tranquilamente meditar y estar acogido en su propio solaz.

Pero Shion también imaginaba que Dohko debía de sentirse terriblemente solo, pensando todo el día, era de esperar que recordara batallas pasadas hacía ya siglos, sus compañeros caídos y como el mundo era mejor en aquellos días, temía que eso le transformara en un ser desgraciado e infeliz; por eso le había destinado a entrenar al alma reencarnada del Santo de Bronce del Dragón, pero éste aún no había nacido.

Era precisamente por eso que había más trabajo que nunca, la Orden de Santos de Atena comenzaba a reencarnarse y nacer, Shion debía localizarlos y traerlos a su lado cuanto antes para comenzar todo de nuevo, que entrenaran, ganaran su armadura y protegieran el mundo. Aunque muchos de ellos ya habían llegado al Santuario, el papa aún no tomaba valor para someterlos a entrenamiento ¡eran tan pequeños! Muchos no cumplían 7 años, otros eran menores que el lustro y muchos más eran apenas bebés. Él mismo empezó a lo años.

Shion se asomó a la terraza que daba al Patio central de la Villa del Patriarca iluminado ya por la luz cálida de la mañana, dónde los jóvenes santos que ya podían caminar jugaban y corrían, los otros estaban en brazos de algunos guardias del Santuario, al cual protegían en ausencia de los verdaderos guerreros de Atena; otros bebés recibían mimos de las amazonas enmascaradas.

Algunos futuros Santos de Plata y Oro estaban listos para empezar sus prácticas de pelea y descubrir sus poderes, otros seguían estudiando sus lecciones teóricas.

Aioros trataba de reclamar el pequeño cuerpo de Aioria, su hermano, de brazos de una amazona, poniéndose de puntitas daba saltitos para poder verle el rostro, hasta que alguien le hundió la cabeza para llamar su atención, Aioros se volvió con fastidio y le regaló a Saga un empujón.

Shura y Afrodita jugaban con una pelotita de colores que de vez en vez era babeada por un tercer bebé, ése niño era extraño. Fue llevado ante Shion desde Italia pero... el soldado había dicho que sus padres habían sido brutalmente asesinados y de hecho el mismo niño fue encontrado en un charco de sangre, el bebé ni siquiera tenía un nombre, el papa se preguntaba si eso había marcado de alguna manera al futuro Santo de Cáncer.

Había otros 2 bebés, ambos eran muy pequeños para sostenerse sentados, así como Aioria, reposaban en brazos de sus guardianes temporales, bueno... uno reposaba, el otro... era con seguridad, el niño más llorón que Shion había visto nunca y en ése momento se empeñaba en tirarle del pelo a su compañero que trataba de dormir o quitarle el chupón de la boca aunque él ya tenía uno en la suya.

El papa sonrió y recordó a los antiguos Santos que habían nacido bajo las mismas constelaciones que aquellos 2 bebés, se preguntó si, cuando crecieran Milo de Escorpio y Camus de Acuario serían igual de cercanos que sus encarnaciones pasadas. Al cabo, las verdaderas amistades trascendían el tiempo y estaban destinadas a formarse una y otra vez, como una planta que crece, es cortada y de nuevo vuelve a crecer. Por lo pronto, Milo estaba muy entretenido en perturbar el sueño de Camus.

En ése momento entró un bebé a escena, Shion quería a todos los pequeños santos, pero ese niño era el más importante para él, no como papa y dirigente del Santuario, sino como alguien con corazón de ser humano, el futuro Santo de Oro de Aries.

Mu

El soldado que le cargaba se percató de la mirada fija del Patriarca, le saludó con un asentimiento de cabeza y fue a situarse con el niño en brazos bajo un frío arco de piedra, calentado por los rayos del sol y sacó de las cobijas del bebé una pequeña mamila cuya punta acomodó en la boquita de Mu, quien poco a poco se quedó dormido.

De pronto, Shion sintió una sacudida en el cosmos, fuerte y certera como una flecha de luz que atraviesa la noche. Lejana como la luz de las estrellas y hermosamente fría como el reflejo de la luna en la nieve.

¡Nace!

Pero... ¿quién?

Historia de OroWhere stories live. Discover now