Capítulo L: "La Mecha"

144 24 7
                                    

-¡Vittoria! ¡Ven aquí!- exclamó Saga en la conocida escala de susurros.

Por fin consiguió que la niña se alejara de la ventana y le ayudara junto con el otro niño a tratar de despertar a los infantes que dormían en las jaulas que iban abriendo. Saga se había percatado que no había nadie más que ellos en aquella parte del edificio, así que se concentró en abrir las jaulas y tratar de que los aletargados niños se recuperaran de los efectos del narcótico, cuyo fuerte y penetrante olor le hacía escocer los ojos y escurrir la nariz; si a él le hacía aquello no quería ni imaginar el estado mental de los pequeños.

Muchos eran sólo un poco más grandes que Shura y Saga se dijo que para salir de allí, no tendría otra opción más que jugárselas en sorprender a Azím en cuanto entrase a la habitación, echarse sobre él y tratar de dejarlo inconsciente.

-Ya lo he hecho con Aioros... ¿qué puede salir mal?

Entretanto, Vittoria y Aldebarán ya habían terminado de despertar a los niños y ahora se dedicaban a anudar las muchas cortinillas de delgado lino que Saga les había traído, iban formando una enorme y gruesa cadena que el chico pensaba usar para salir por la ventana.

La mañana iba caldeando y lo único que Saga deseaba era poder llegar al barco. Sus dos pequeños y fieles ayudantes condujeron a los niños a la ventana, en donde aguardaron a que Azím se retirase del campo de visión para poder empezar a salir.

-¡Ya puedo ver el edificio de Azím!

-¡No desperdicies energías Mirtha! ¡Corre más!

-¡Ya lo hago!

El ruido metálico de los escarpines sonando contra las tejas de barro, contra la madera de las terrazas y las rejillas de tragaluces, acompañaban a las amazonas que corrían lo más rápido que podían. Como si pudieran abalanzarse contra el mismo tiempo que corría en su contra, volando fuera de su alcance.

La caja de fósforos estaba hasta el fondo de la alforja y Yusuf se vio obligado a extraer todo el contenido para sacarla.

Había colocado barriles en varios puntos junto a los castillos de la misma construcción y aunque no había logrado cubrir la parte frontal, confiaba en que el resto fuera suficiente para derribarlo.

El posadero colocó una larga mecha desde su alejada posición hasta el depósito más abundante el cual, por medio de canaletas que él mismo había instalado, llenas de metralla y pólvora; se conectaba con el resto de los barriles.

La cabeza del único fósforo estaba húmeda

-Lo que faltaba.

Por suerte tenía otra caja en la alforja.

-No Vittoria, ¡así no!

La niña miró a Saga con expresión de susto y dejó de enredar a su compañero con la tela.

-No es un emparedado, te dije que amarraras la tela a la columna, no a Aldeb- el chico se interrumpió un momento al recordar que su hermanito de armas todavía no había recibido su nombre oficialmente.-No a este enano- se corrigió mientras explicaba con señas lo que debían hacer.

Después de haber seguido las instrucciones de Saga, se dispusieron a esperar su señal para lanzar el resto de la tela por la ventana.

Saga terminó de preparar unos cuantos bultos de paja a los que medio disfrazó, en el interior de las jaulas para que simulasen que eran los pequeños niños drogados. Su faena era seguida atentamente por todos los niños, quienes despejados y regados por la habitación, aguardaban a su nuevo guía.

Historia de OroWhere stories live. Discover now