Capítulo LX: "La hierba se congela"

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-Eres desdichado.

-No es cierto

-Mentir es imposible Santo de los Gemelos, soy parte de ti, como tú eres parte de mí. Sé que te sientes desdichado y no puedes hallar la fuente de tu tristeza.

-Sí que puedo.

-¿Sabes entonces la cura?

-...

Una voz, distante y llena de ecos retumbaba en la profundidad de la mente de Saga.

De súbito el tono de la voz cambió, haciéndose levemente más grave y tétrica, como si proviniese de una oscura caverna.

-No crees en Atena, no crees que ella pueda sanar la herida de tu corazón.

-¡Claro que sí!

-No, a pesar de que ella dijo que lo que sus Santos le pidiesen en oración, aunque ella estuviera lejos, lo concedería si su petición era insistente y segura de obtener el favor.

El chico no podía defenderse de la voz, ni podía negar lo que decía, sintiéndose impotente y mentalmente agotado, murmuró:

-A veces me resulta difícil creer que una diosa pueda interesarse personalmente en mí... en mis problemas, en mis inquietudes... no soy más que un niño.

La voz cambió de nuevo, recobrando el tono ambiguo y suave.

-¿Quién puede contar las arenas de la playa? –Saga adivinó cierta sorna detrás de aquellas palabras, - ¿Las gotas de la lluvia, o las horas de los siglos? ¿Quién puede explorar la altura del cielo, la extensión de la tierra y la profundidad de los abismos? Ciertamente que ningún hombre normal... pero es algo posible para un Santo bajo la protección de Atena.

Saga suspiró meditando en lo que acababa de escuchar; la voz continuó sin mudar el tono.

-Santo de los Gemelos, si te propones servir a la Diosa de la Guerra y la Sabiduría prepárate para las pruebas, mantén firme el corazón y sé valiente; no te asustes en el momento de la adversidad presente, pues mayores obstáculos sobrevendrán en tu camino. Aférrate a Atena y nunca te desprendas de ella, para que seas recompensado al fin de tus días.
Acepta alegremente y con esperanza todo lo que te sobrevenga, y en los infortunios ten paciencia, pues el oro se purifica con el fuego y el Santo, a quien Atena ama, en el crisol del sufrimiento.

Saga respingó, había leído algo parecido en el epitafio de Nereo; el guerrero fallecido durante la invasión al Santuario.

-Confíate a Atena, ella cuidará de ti y te allanará el camino, espera en ella y no te fallará su amor. Mira a tus predecesores y comprende, ¿quién confío en Atena y quedó defraudado? ¿Quién perseveró y fue abandonado? ¿Quién la llamó y fue desoído?

Saga se puso las manos a ambos lados del rostro y meneó la cabeza, asustado; los largos cabellos color violeta se agitaban con violencia.

-Yo no quería esto cuando vine al Santuario- reclamó a la oscuridad, -Sólo quería un hogar, un lugar en el que vivir tranquilamente, diferente de lo que había conocido hasta entonces. Pero ahora solo tengo mi dolor... no es esto lo que escogí... ¿acaso Atena no promete felicidad a quienes la eligen?

La voz resopló, Saga la sintió tan cerca que se sorprendió de no encontrar a alguien a su lado.

-No eres tú quien ha elegido a Atena, ella te escogió a ti. No pienses que es el azar, no pienses que fue solo porque te agradó el Santuario y los que en él vivían, no pienses que simplemente te has sumado a una larga cadena... Santo de los Gemelos, ciertamente puede haber motivos humanos; pero la verdad es que antes de que el Padre de los Dioses le otorgara el mundo, ella te quiso y decidió lo que quería de ti.

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