Capítulo XXIX: "En el nombre de Ella"

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Saga esperaba escuchar lamentos y sonidos de carne al rasgarse, pero en su lugar solo quedó un silencio sepulcral, como si el tiempo se hubiese detenido, el mundo dejado de girar y el sol se congelara en medio del cielo.

El muchacho trató de ver el semblante del patriarca y del Anciano Maestro, que aparecían tan quietos y fríos como estatuas en un cementerio cubierto por la nieve.

El chico miró a su mejor amigo a quien gruesas gotas de sudor producto de la ansiedad, se le derramaban por el rostro, ambos estaban abrazados a los niños, de espaldas al patio, tratando de ocultar con su cuerpo y el revuelo de sus oscuras túnicas lo que había sucedido. Aioros respiraba pesadamente, aspiró y cerró los ojos, tomando valor para volverse... fue el primero de los dos en hacerlo, jadeó con la boca entreabierta y las azules pupilas dilatadas, que poco a poco se iban inundando de lágrimas.

-"Se acabó"- se dijo Saga, volviéndose igualmente para descubrir lo ocurrido–"Los han matado y ahora sí que va a ser difícil demostrarle a Kanon que-"-

Las amazonas y soldados que rodeaban a los rodorianos habían cortado el aire con el filo de las lanzas y espadas pero no penetraron ningún cuerpo, el golpe que se había oído era el que Dhenes creó al clavar la lanza en el suelo, ésta quedó fija, enhiesta y reluciente entre las piedras del patio.

-"Nos negamos"- dijo éste con los dientes apretados –"¡ME NIEGO!"-

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Sendas líneas de salada agua cruzaban la máscara de Mirra, con el arma a centímetros del rostro de Erato... retirándola y gritando la arrojó contra el suelo húmedo.

-"NO QUIERO HACERLO"- chilló tratando de convencerse, con el pecho congestionado por el esfuerzo, jamás había hecho cosa semejante y creía que de un momento a otro caería desplomada sobre las duras piedras, pero se repuso y miró al hombre arrodillado ante ella... ¿realmente no quería hacerlo?

-"NI TODA LA SANGRE DE TU ESTIRPE PAGARÍA LA QUE HEMOS PERDIDO ESTA NOCHE"- bramó escupiendo las palabras, dándose cuenta por muy amargo que le resultase, que el cráter en su alma no se llenaría con la muerte del culpable; tal vez incluso lo harían más profundo, pues había visto la luz centellear en los ojos del Anciano Maestro cuando ésta devoró a los invasores en ése mismo lugar. No quería padecer por aquello... mejor aún, no quería sufrir más de lo necesario.

Mirra se derrumbó de rodillas sobre el suelo escondiendo la cara entre las manos.

Dhenes miró el gesto de su amiga...avanzó y aferró al rodoriano frente a él del brazo, levantándolo violentamente y tomándolo por el cuello de la levita le susurró, con voz tan glacial que el hombre habría retrocedido, de no haber estado como clavado en el suelo por el dolido espíritu de aquel soldado temible, que aquel mediodía le enseñó el poder del dominio sobre sí:

-"Tú vivirás en nombre del hermano que me has arrebatado, vivirás lamentándote por no haber levantado ni uno de tus malditos dedos para salvarlo, vivirás a la sombra de ésta montaña a sabiendas de que tuviste la cobardía suficiente para mancharla con la sangre de hombres y mujeres inocentes, y anegarla por las lágrimas de sus compañeros. Vivirás maldiciéndote a ti mismo dentro de la jaula de tu omisión, y no saldrás de ahí hasta que tu propia vergüenza te libere o tu irresoluta razón te aplaste"- Dhenes soltó al hombre al que le temblaba la boca por el llanto de sus ojos, y fue a situarse de rodillas junto a Mirra.

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Poco a poco, toda la Orden Guerrera y Amazona de Atena fue haciendo lo mismo... los rodorianos quedaron rodeados por armas desperdigadas en el suelo que los soldados habían abandonado allí considerándolos poca cosa comparado con el dolor que ahora los embargaba.

Historia de OroWhere stories live. Discover now