Capítulø XLIV: "Đesđe lejøs"

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-¡Son ellos!- gritó el comerciante señalándolos -¡Ahí está el estafador del Santuario que vino con su amigo a mi tienda ayer.

-Bien ¿son todos?- preguntó el condestable a otro de los soldados, al que Oláy reconoció como el inspector del puerto. De modo que ya sabían que no eran mercaderes...

-No entiendo a qué viene todo esto- dijo Hekas suavemente-. Estamos en Estambul de paso a otra misión y necesitábamos pasar por comerciantes, seguramente que...

-En Estambul, nadie que venga de Grecia es bienvenido y los estúpidos que viven en su dichoso Adoratorio deberían tenerlo en cuenta antes de invitar a más lacras en éste suelo sagrado.

Oláy se mordió los labios y Hekas parpadeó confundido ¿hasta dónde sabía la verdad el condestable?

-Si, como dicen, son inocentes de cualquier cargo no les importará responder algunas preguntas ante el jefe de la Cofradía, además...-,el hombre guardó silencio cuando se escuchó el forcejeo de la puerta en el fondo del comedor, -¿qué es eso?

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No tuvo que aguardar mucho más porque Saga, desesperado por no poder salir, se subió al lavabo con mucho cuidado y desde ahí tomó vuelo para propinar una soberbia patada a la puerta, a la que echó abajo en medio de un escándalo infernal ante la sorpresa de los presentes.

-Creo que ya salió del baño-, fue la escueta observación de Aioros, a cuyos oídos llegó aquel estrépito desde la planta baja. Talina se quedó de piedra.

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-¡Tomen a ése pandillero destruye-puertas y átenle las manos!- ordenó imperioso el condestable.

Saga captando el lenguaje no verbal de los guerreros se dejó hacer dócilmente, tenía la sensación de haber hecho el idiota.

-Como decía, no les importará acompañarnos y responder a unas sencillas preguntas. Así que, vámonos yendo.

Los soldados se colocaron detrás de los guerreros, quienes se pusieron de pie con lentitud.

-Por Atena, espero que no ofrezcan resistencia...-la usual calma de Talina amenazaba con abandonarla. Si Oláy y los demás se rebelaban, pondría en aún más peligro la misión cuyo éxito de por sí pendía de un hilo.

Pero después de revisar que no portaran armas, la milicia mercantil escoltó a los guerreros a la calle. Hasta el frente iba Saga, el único maniatado cuyos ojos parecían aun no comprender lo que sucedía, como si esos momentos pasasen ante él como veloces corrientes de agua que él no podía alcanzar. Miró hacia la posada un par de veces y suspiró decepcionado de hallarse solo.

Los griegos formaban una columna de doble fila a cuya retaguardia caminaba Oláy, aparentando una serenidad que estaba muy lejos de sentir. Después de pasar por aquel desolado barrio, alcanzaron la avenida principal la cual, para su sorpresa y a pesar de la hora, estaba llena de gente.

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-Griegos...

-Siendo mercaderes, debieron haberlo pensado dos veces antes de querer verle la cara a un Atatürk

-Mercaderes estúpidos...

-¿Qué tienen en la cabeza?

-Inmundos...

Una piedra golpeó a Hekas en el hombro. El guerrero vaciló, a pesar de que la pedrada no le había hecho mucho daño debido a la protección de las hombreras que llevaba bajo la ropa. Oláy, al ver su pálida expresión y su tembloroso bigote, comprendió que el dolor era más profundo que el que pudiera infligir un arma y el guerrero sufrió con su amigo. El abuelo de Hekas era turco y aunque él nunca hubiera viajado a la tierra de su antecesor, siempre había guardado una dulce añoranza por las buenas historias del anciano; toparse así con aquellas personas, era un terrible desengaño para las viejas anécdotas.

Historia de OroWhere stories live. Discover now