Capítulo XXIII: "La Madre" // Maratón 5/?

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Aioros se quedó tendido sobre las piedras, mirando a las magníficas pero despiadadas bestias color cobalto que descendían en mortífera estampida en el patio de la villa, el Santo de Sagitario no podía ver pues le anegaban las lágrimas, pero sí que oía los gritos de aquellos miserables que se elevaban con terrible estruendo, oprimiendo el corazón del niño, que no pudo por menos que romper en lamentos; semejante a la noche de Los Caídos, cuando los mismos pájaros cesaban su alegres trinos y la campana de plata solo emitía mortuorios repicares para recordar a los Santos de Atena que habían perecido en batallas pasadas.

Aioros se tapó los oídos para no escuchar aquel espantoso sonido y sollozaba desconsolado, recordando, tratando de que evocar una y otra vez las imágenes que habían pasado antes sus ojos en aquella noche de destrucción, cuando la hermosura de la luna quedó oculta por la sombra de los afligidos lamentos de la Orden Guerrera y Amazona de Atena, cuántos de los suyos no habrían muerto ya bajo las armas de aquellos inhumanos seres. Sabía que las monstruosas almas de los corrompidos atacantes le habrían aniquilado sin piedad, así se lo había demostrado Anaxandro...se lo repitió incesantemente, deseoso de endurecer su corazón de niño, pero no pudo más que enterrar la cabeza en sus manos y gemir en quedos lamentos.

-"Aioros..."- susurró una voz, a la vez que una manos fuertes le levantaban con delicadeza para que se sostuviese en pie.

-"¡Gesphare!"- el niño alzó la vista –"Lo lamento, Gesphare. No debería importarme lo que pase con ellos, y sin embargo... sus gritos se me hacen insoportables ¿Por qué matar? ¡Es superior a mis fuerzas!"- la lágrimas fluían por sus mejillas.

-"Lo comprendo"- lo reconfortó Gesphare. Dhenes había corrido, fuera de sí, con dirección al patio de la villa. –"No te avegüences, Aioros. Alégrate por ser capaz de compadecerte de la muerte del enemigo. El día que deje de importarnos, aunque se trate de seres así... habremos perdido la batalla"-

El Santo de Sagitario se abrazó a Gesphare, quien le estrechó entre sus brazos agachándose para amoldarse mejor. Cada corazón vertía en el otro su propio dolor, porque en la compañía, el desconsuelo se hace más llevadero. Los otros dos guerreros estaban arrodillados junto a Nereo, igualmente afligidos.

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-"Dohko... basta ya... por favor"- una voz de mujer transparente como el cristal susurraba al Santo de Oro de Libra, cuyas emociones le dejaban ahogado en su propia tolvanera. El Maestro de los Cinco Picos se extrañó de que aquel no fuera exactamente el cosmo de su amada diosa, sino que se le parecía increíblemente pero no es el mismo.

Sintió en el mismo campo de la energía unos suaves brazos rodear su cuerpo y el roce de una cabellera oscura sirvió para calmar aquel torbellino de sentimientos.

-"Nos lastimas, Dohko... a mí y a La Madre"- el Santo se detuvo y el cielo del Santuario recuperó su color azul nocturno humeado por el fuego extinguido hacía poco, aunque a Dohko le pareció una eternidad.

Los soldados y amazonas que le franqueaban los costados se aferraban las rodillas, o estaban sentados viendo la Gran Estatua de Piedra de Atena, o miraban el lugar donde momentos antes había decenas de enemigos de los cuales lo único que quedaba eran grasientas manchas oscuras sobre el suelo.

El Maestro de los Cinco Picos se quedó ahí, mirando... con los verdes iris abiertos de par en par, embelesados en la nada, preguntándose que estaba bien y qué era lo que había hecho mal... en qué punto perdió el control...

Pero ni aún entonces se arrepentía verdaderamente de lo que había hecho... ¿la soledad había labrado su corazón como una roca? La vida de aquellos impíos le parecía una necedad y su muerte, una ignominia.

Historia de OroWhere stories live. Discover now