XV-La sobriedad tiene un gesto inusual

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—La vida se muestra de formas extrañas. Un día estás en la cima, miles de personas aclaman tú nombre y otras lo escriben en fantasías personales, los deleitas con escritos usurpados y encierras tu corazón en murallas estrechadas con plomo, y hoy estás... Frente al espejo dudando del destino, si estás equivocado.
¿Qué tal si hay algo inesperado? Si la vida no tiene que ser preceptuada, diseñaba u ordenada como una receta de alguna droga. Su nombre es Monserrat, es lo único que sé... Yo...
Creo que...—abrió los ojos, aún acostado en el sillón con las manos unidas sobre su abdomen.— Creo que esto no está funcionando.—pestañó varias veces, como si pasara de una realidad a otra cada vez que se abría la oscuridad, se levantó frotándose la cara, caminando sin coordinación.

La doctora se acomodó sus anteojos sin levantar la vista de su libreta—¿Por qué no continúas y me dices qué provoca Monserrat en ti?—su voz era algo mecánica, no expresaba interés.

Ross se detuvo, de frente a la ventana que daba con el paisaje de toda la ciudad y el azul lejano de la playa—No lo sé...—masculló, por un segundo la miró ahí, en el reflejo del cristal, justo detrás de él, se volteó rápidamente, buscándola, pero ella no estaba, al menos no en su realidad.—No lo entiendo.

La señorita hizo un ruido extraño a boca cerrada, uno que expresaba cansancio—¿Podrías tratar de describirme lo que sientes?—dijo casi como burla mientras mordisqueaba el lápiz.

—¡Acabo de explicarle que no lo sé!—le gritó en el momento que tomó una meseta que colgaba junto a la ventana y la lanzó contra el piso. La doctora abrió las manos en la sorpresa, el lápiz cayó en su regazo y resbaló hasta el suelo, sus ojos se ensancharon con los de él, aterrados. — A veces creo que no me escucha, pone su cerebro o lo que sea en automático solo para cumplir con su horario—de pronto su cordura había regresado, su voz volvía a ser formal, aunque su tono era agridulce—. Créame a mí tampoco me agrada verla cinco veces a la semana, pero es una maldita obligación después de que casi me jodo la vida.—caminó muy despacio al sillón, se alisó el pantalón antes de tomar asiento con las piernas cruzadas.

—¿Podría Calmase señor Ross? No sabe lo que dice.—el interés de ella despertó con el temor, tomó un vaso de agua de la mesa que los separaba y bebió hasta dejarlo vacío.

—De hecho estoy al tanto, por eso duele.—suspiró, alzó la vista a la pintura en la pared tras la doctora, era ese tipo de técnica que parecía un desastre de colores a mano de un niño de cinco años, no era de esas que transmitían algo, más bien a él no le transmitía nada. Como diría Picasso, el arte es una mentira que nos hace darnos cuenta de la realidad.—¿Sabía usted que los ignorantes son más felices? Quisiera vivir en la mediocridad, ignorar, desentenderme de todo y de todos—se hundió en el respaldo, con las manos cruzadas tras su cabeza—. Pero a estas alturas, es imposible. Una vez que hayas las raíces, no hay remedio.—echó una vista rápida a su reloj.—El tiempo terminó, largo.

La mujer levantó una ceja y sacó su móvil del bolsillo de su chaqueta—No es cierto, no hemos concluido.

—No finja que le importo por favor.

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Era un día lluvioso.
Fuertes vientos desviaban las gotas que viajaban desde las grises nubes del cielo.

El ambiente favorito de Alaya, solo eran sus audífonos, el estruendo de los rayos chocando contra la superficie y el aroma a playa en las cercanías.
La cama estaba tibia, tomó la manta y se cubrió de pies a cabeza.
En los días de lluvia cerraban más temprano en su trabajo, por fin tendría el tiempo para terminar esa historia que tanto le intrigaba en esa app de libros digitales ''Pattwad'', La hechicera y el Dios egipcio.
¿Terminarán juntos? ¡Por favor sí! de eso depende mi estabilidad emocional.

Jaden  {Bilogía El Príncipe de Dubái}Where stories live. Discover now