II-Nada tienes, nada vales.

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No me arrepiento de nada, mis lágrimas se disipan con el agua, ni siquiera puedo llorar.
Creí conocerme, creí ser fuerte, pero no sabemos lo real que se siente hasta lo experimentamos. Allende dijo una vez que la muerte no existía, que la gente moría solo cuando la olvidaban, y en mi miseria hoy reconozco ¿Quién me recordará si hace tiempo que no vivo?

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Las sospechas de ambos se fundamentaron, Alabi estaba en lo cierto, no había vuelta atrás, ninguna frustración les serviría de excusa.

—¿Jaden Duran? ¿Qué clase de nombre es ese?—resopló, hizo una mueca de desagrado y regresó la licencia al escritorio notoriamente disconforme.
—Es el nombre de pila que utilizará señor, debe de dirigirse en español a partir de ahora, ambos tienen que hacerlo, es una de las reglas que impuso su padre, además de que Ortiz y yo no los trataremos como superiores, espero no se ofendan es parte de nuestro trabajo al igual que supervisar y mantener informado a su padre. Son documentos legales, su gobierno está al tanto, a ellos les convienen los negocios de su familia en el país.—replicó Will, el guardaespaldas que les acompañaría, recogió el permiso de conducir y lo devolvió a sus manos, pese a su inicial rechazo, no tuvo más opción que tomarlo.

Will tenía una apariencia robusta, siempre con la misma expresión ruda.
Era silencioso, le gustaba reposar entre las sombras, colocarse detrás de las personas y estudiarlas a bajo perfil, ya sea por su forma de vestir, o de hablar, por sus gestos o expresiones no verbales.
Sabía que era bueno en lo que hacía, deducir a la gente, sacar información no con palabras, sino con miradas, con pestañeos, con movimientos inconscientes.
No solo era bueno, era el mejor.
Tenía unos cuarenta o más, era de un tez moreno oscuro, sus ojos poseían una bella tonalidad café, si bien regularmente lo ocultaba con lentes sombreados. Su cabello era crespo, aunque prefería mantenerlo rapado.

—El mío es Karl, Karl Smith—resaltó Robert—, genial tengo nombre de chofer.—bufó girando los ojos, sabía que quejarse no cambiaría nada.

Subieron al avión, Ortiz los esperaba desprendiendo chispas de karma.

—Joven Amin, joven Robert ¡Qué gusto!—les dio la bienvenida con cierta altivez.—o debo de decir Karl y Jaden, es una locura como la vida da vueltas.—les presumió aquella blanca y satisfactoria sonrisa marcada de arrogancia y retornó a su asiento.

Amin la miró como un demonio, apretó los puños y mantuvo el tono para seguir su juego—Felicidades Brenda— elogió en una fingida sonrisa, aunque por mucho las intensiones se reflejaban en sus ojos—puedo imaginar que este es el sueño de toda «sirvienta».—acentuó de forma despectiva, torció los labios con cara de póker y celebró su humillación.

Abultó los labios y acomodó su cabeza en el cojín—Fíjese que sí, ya ve que su herencia depende de lo que le diga a mi jefe.—le regresó el golpe sin atenuar su altura, desvió la mirada restándole interés y cruzó las piernas galantemente.

—Ya bajen las tensiones—les propuso Rob en una actitud más relajada.—al menos pasemos un buen rato, es una hermosa isla.

El viaje fue largo, la desesperación lo fue aún más, el entorno era exasperante y el miedo se escondía tras el perjurio de unos contra otros.

Finalmente, Will anunció:
—Estamos a punto de aterrizar, lo primero es que el gobierno los va a recibir en una junta privada; al concluir se dirigirán a su apartamento, es pequeño, no se sorprendan.—ambos se miraron con claro disgusto.— Ortiz y yo ocuparemos el apartamento de enfrente. A las 5 de la tarde debe dirigirse a la Universidad y el señor Karl a su trabajo de medio tiempo.

—¿Trabajo?—protestó Robert colocándose de pie de inmediato.— Eso no era parte del trato.

—Hay muchas cosas que no saben aún y que tendrán que hacer. Ahora prepárense, la puntualidad es una de ellas.—respondió Will, mitigándolo con su mirada áspera.

Jaden  {Bilogía El Príncipe de Dubái}Where stories live. Discover now