Terminó llendose de aquella casa, prometiendose no volver hasta que sus padres desistieran de la idea de juntarlos. Mientras salia del previo en su mente recordó las palabras de su madre, y no pudo evitar llenarse de nostalgia. Había intentado cumplir aquella loca idea de salir con Mónica sólo para darle tranquilidad a Enriqueta, pero no se esperó que estos estuvieran de acuerdo para casarlo con una persona por la que no sentía ni el más minimo pensamiento lujurioso. Que tonto había sido. Le pegó con fuerza al volante pretendiendo liberar las emociones negativas que empezaron a brotar dentro de él.

Saliendo de aquel recuerdo, suspira y aprieta con delicadeza las mejillas de Adamaris. Le sonríe y besa suavemente sus labios.

—No pensemos en eso ahora —dice pretendiendo sonar indiferente.—en todo caso, si ellos no lo quieren aceptar, entonces tendré que tomar medidas porque yo sin ti no soy nada —Adamaris suspira profundo ante sus palabras, y por dentro su ilusión fue empañada por un deje de tisteza. Alejandro volvió acunar su rostro.

—Mírame, ¡ey! —le ordena con suavidad. Adamaris suelta el aire que tiene retenido antes de alzar la mirada y fijar su vista en la de él.

—Ellos son tus padres —murmura con pésadez. Alejandro besa su cachete.

—Ya tengo que irme —anuncia porque él ya estaba determinado en no soltar lo que tenían. Alejandro sonrió.—pero ¡ey!, no pienses en eso, ¿okay? —Adamaris asiente y vuelve a suspirar. Alejandro no quedó muy convencido, pero aún así tuerce una sonrisa.—ahora, dejame deciete que... déjame un beso que me duré hasta el lunes. Un beso grande, un beso imenso —canta desafinado para adoración de la castaña quién volvió a ponerse roja, ríe alto y le da un beso casto.

Se besarón como si no existiera mañana, cómo si el mundo se hubiera a terminar y estuvieran a punto de morir, cada que un beso se interrumpía otro inmediatamente iniciaba. Alejandro picoteo sus labios con ansiedad antes de apartarse definitivamente, separando sus manos al final y empezar a caminar con dirección a su auto, sin dejar de mirar hacía la castaña que lo observaba irse con mucho emoción y añoranza pero también con cierta duda.

Adamaris caminó hasta la calle sin apartar sus ojos del empresario. Da dos pasos hacia delante, luego tres más. Alejandro frunce lijeramente el ceño observando la duda en Adamaris, él también duda en continuar y sus pasos se relentizan, girandose sobre sus talones, observandola.

—¿Qué pretende? —se pregunta, deteniendose.

Adamaris sonríe mostrando sus dientes y se hecha a correr hacía él.

—¡Alejandro! —pronuncia su nombre. El empresario lanza una risilla y extiende sus brazos de par en par, esperandola y la envolve entre sus manos cuando ésta salta a su encuentro, hunde su nariz en el cuello de Adamaris y absorbe su olor. Adamaris llegó agitada, su pecho sube y baja, también enterrando su rostro en su cuello.—te amo, te amo—le dijo, repitiendo sus palabras.

La brisa sopló. Adamaris tembló entre sus brazos y su la piel se le puso chinita. Alejandro se dio cuenta e inhala.

—Estas temblando —gruñe aprutando su abrazo.

—Es que estoy en pijama —se excusa.

—La próxima vez no salgas sin estar bien abrigada —la regaña.—vamos a la casa, te vas a resfríar —dice y se apresura a volver a la casa, con Adamaris aún en sus brazos y la dejó en la entrada de la casa, pero ésta no entró sino que se quedó colgada en el cuello del empresario y Alejandro no la apartó, al contrario, si fuera por él se la llevará a su casa pero no era la forma que el quería en hacer las cosas. Suspira, iba hacer el fin de semana más largo de su vida.—por cierto, también te amo —musita después de separar sus rostros.

Los Cambios En El AmorWhere stories live. Discover now