30. El Verdadero Demetrius

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Para mi plan necesitaba hablar con el "verdadero Demetrius". No tenía idea de como contactar al chico encadenado, así que pensé en cómo hablarle, enviarle un mensaje, algo que le permitiera saber que quería comunicarme con él. Opté por intentar entrar en su mente, sería algo casi imposible dado que no está frente a mi, pero al menos tenía que intentarlo. Cerré mis ojos y volví unos minutos atrás en mis recuerdos y me fijé en sus ojos grises, me concentré en ellos hasta ser envuelta en una pequeña tormenta que clamaba por ayuda, sus ojos suplicaban libertad y había tanto sufrimiento en ellos que casi me dolía como si fuera yo quien estuviese encadenada, pero aún así, sus ojos expresaban una rudeza notoria y un implacable atisbo de espíritu indomable. Tal vez él mismo podría ayudarme a sacarlo de aquí, no será nada fácil convercerlo, sin embargo, no puedo rendirme ahora que estoy aquí y no creo que él quiera quedarse más tiempo en esta celda.

Pensé que si quería mantener una conversación con él tendría que ocultarnos por si venían los dueños de las voces que lo aprisionan en este lugar. Nos oculté a plena vista alzando una barrera que solo nosotros dos podríamos ver, cualquiera que entrara solo vería a un cansado, encadenado y débil muchacho bañado en sangre y sudor a causa de sus heridas.

Después de terminar con la barrera intenté librar sus muñecas de las antiguas y oxidadas esposas pero éstas no cedieron ni por un segundo.

-Las espinas -dijo apenas en un susurro.

¿Las espinas? Vi una clase de espinas que se enterraban en sus muñecas. ¿Cómo las retiro de su piel sin desgarrar más de la cuenta? Examiné sus muñecas con cuidado de no moverlas cuando el terror entró sin permiso a cada fibra de mi cuerpo. Las espinas estaban incrustadas entre sus huesos. ¿Cómo demonios voy a sacarlas con cuidado? Dejé de pensar en ello, no tenía tiempo para evitar más dolor del que ya le habían causado. Junté mis manos en torno a las esposas y a sus muñecas y empecé a derretir el acero atrayendolo hacia mí. Él soltó un quejido de dolor y me disculpé en silencio con la mirada. El acero derretido entraba por mis poros como si fuese crema humectante, solo que esto quemaba como el demonio y dolía como el infierno. Poco a poco ya no quedaba nada de la cadena, rompí la que rodeaba su torso y enseguida lo sostuve antes de que cayera al suelo. Lo ayudé a recostarse y puse su cabeza sobre mi regazo, estaba tan débil que su cuerpo no sanaba por si solo. Ahí empecé a dudar de él, tal vez no era un dios y esto era solo un engaño.

-¿Por qué no estas sanando?

-Hace dos años que tenía esas esposas encadenadas a mi. -me llevé una mano a la boca por la sorpresa, ¿dos años?- No sé cómo te deshiciste de ellas pero escucha muy bien lo que voy a decir porque no lo oirás en mucho tiempo... gracias -habló en un susurro. Aún en ese estado era testarudo, no quiero ver cómo será cuando esté sano.

-¿Hace dos años? ¿Nunca... nunca te soltaron ni para comer?

-No me he alimentado, ni hidratado y en dos años es la primera vez que me recuesto.

Que trato más inhumano el que le habían dado. ¿Cómo es que podían dejarlo aquí sin comer ni beber y encadenado con unas esposas con espinas incrustadas hasta los huesos? Eso era demasiado, ni siquiera entiendo cómo sigue vivo.

-¿Cómo es que sigues vivo?

-Los dioses no mueren. Pueden matarte de hambre, de sed e incluso pueden desangrarte, pero nunca mueres, solo caes en un sueño por unas horas mientras se alivia tu dolor. Ahora, ¿te importaría? -señaló sus tobillos con la barbilla. Rápidamente derretí las cadenas y las espinas, cuando por fin estuvieron libres, suspiró con alivio- De acuerdo. Debemos irnos. ¿Cómo entraste?

-La verdad es que no lo sé. Sólo lo hice.

-Pues ahora reviertelo. Imagina otro lugar.

-Iremos a mi casa.

Dioses de Sangre ✔️Where stories live. Discover now