15. Sus Alas

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—No necesito que los dioses me perdonen, preciosa.

—Eso crees, pero todo depende de cómo planees pecar. —dejé un casto beso en su mandíbula.

Se separó lo suficiente como para mirarme a los ojos con un brillo que gritaba placer en ellos. Yo no quería alejarme pero mi cuerpo hizo caso omiso a mi deseo y se apartó. Me obligué a sonreír aunque estaba molesta con mi cuerpo por alejarse.

—Definitivamente irás al Infierno.

—Lo sé, querido Demonio, dime algo que no sepa. —hice una pausa y me dirigí a la puerta para salir de la habitación, pero recordé algo y me giré a verlo— Y por si no lo recuerdas, prometiste llevarme —le guiñé un ojo y salí de la habitación.

Tengo que estar loca para haberlo dejado así. Solo yo me atrevo a dejar a un dios demonio, demodios o como sea que se diga, de esa manera. Pero ya que, ya está hecho, ya fue. Otra oportunidad de acercarme más a él se fue por la borda gracias a mi estúpido cuerpo.
Fui a la cocina a tomar un poco de agua.

Cuando estaba a punto de soltar el vaso sentí como unas manos me sujetaron por los hombros y me giraron, era Demetrius. Pensé que no haría nada pero en un abrir y cerrar de ojos estaba en su hombro como un saco de papas ¿qué tiene con los sacos de papas?

Ya estábamos saliendo de la cocina cuando me di cuenta de algo.

—Vas a hacer que quiebre el vaso —era de vidrio y aún lo tenía en la mano.

Se devolvió a la cocina, tomó el vaso y lo dejó en la mesa. Volvimos a salir, subió las escaleras y entramos a mi habitación.

—Necesitas una lección. —me bajó de su hombro y me sentó en la cama.

—¿Una lección?

—Si. Vamos a dar un paseo. —tenía una sonrisa juguetona pero algo siniestra.

—¿Y qué pretendes? ¿Que salgamos por la ventana?

—Si. —torció su cabeza y se mordió el labio inferior. Me estaba dando miedo, ¿cómo íbamos a salir por la ventana?

—No podemos hacer eso, los vecinos pensarán que estamos locos o que somos unos ladrones.

—No se darán cuenta.

—¿Cómo que no? ¿Acaso no sabes que la gente es muy chismosa?

—Confía en mí.

—Lo hago. No confío en los vecinos.

—Ellos no nos verán ni escucharán. —lo miré confundida. No entendía en lo más mínimo a lo que se refería.

Metió una mano en su bolsillo y sacó un brazalete plateado precioso, tenía algunos dijes. Unas alas blancas, una triqueta y un cristal aguamarina.

—Dame tu muñeca. —se la di.

—¿Es para mí?

—No, para el perro de al lado. —dijo sarcástico. Lo miré mal pero el solo se rió— Claro que es para ti. Este brazalete te dará invisibilidad, solo piensa que quieres ser invisible y ya nadie te verá. Solo los nuestros podrán hacerlo. —terminó de ponérmelo y lo contemplé. Era precioso.

—Gracias, es hermoso. ¿Tu tienes uno, no?

—Si —dijo señalándolo—. Ahora ven, vamos.

Empezó a salir por la ventana, lo seguí hasta que vi que el no se dirigía al suelo sino al techo. Cabe destacar que solo se necesitaban unos pasos para ir al techo.

—¿Qué rayos estás haciendo?

—Voy al techo, ¿no es obvio?

—Exacto.

Dioses de Sangre ✔️Where stories live. Discover now