Capítulo 29: no me respondías

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Ese día mi abuela había ido a pasar el día con una amiga a la cuidad. Al parecer iban a irse de compras. Pero de compras de ganchillo. Habían abierto una tienda nueva de lanas y hoy la inauguraban. No quería perdérselo por nada del mundo, así que se fueron pronto. A mí me gustaba que mi abu hiciera esas cosas, ella no me lo decía pero sabía que su vida social había disminuido un poco con mi llegada, y yo quería que mi abuelita se lo pasara igual de bien que yo. Así que me hacía muy feliz que saliera.

Yo como toda adolescente hasta arriba de hormonas, había escrito a Cameron en cuanto mi abuela se fue y abrí la ventana para que entrara. Podría haberlo hecho perfectamente por la puerta, pero desde que descubrimos esta nueva salida el día de las tortugas nos quedamos con ganas de usarla. Estuvimos un rato en la cama dándonos besitos y abrazados, hasta que mi tripa rugió del hambre que tenía. Caminamos a la cocina e hicimos tortitas para desayunar.

—Me apuesto cinco dólares a que Coral vendrá a poner sus huevos a la playa cuando sea adulta.

Alcé una ceja mientras cortaba una de mis tortitas.

—¿Y cómo sabrás que es ella? Eran todas iguales.

Cameron se llevó una mano al pecho y puso cara de estar ofendido. Era muy gracioso.

—¿Insinúas que no seré capaz de reconocer a mi tortuga? Hieres mis sentimientos.

—¿Y si hago esto?

Me incliné hacia él y empecé a repartir besos por su mandíbula y su cuello. Cam se estremeció a mi lado cuando llegué a un punto sensible cerca de su oreja.

—Si haces eso entonces se me pasa.

Me dio un rápido beso en los labios antes de levantarse y recoger el plato. Me encantaba tenerlo conmigo en casa, era como vivir en una bonita burbuja que nadie podría explotar. Le ayudé a organizar un poco la cocina y nos tumbamos en el sofá a ver la tele.

Estaban emitiendo un capítulo de Friends. Cuando conocí a los chicos, al principio me recordaron un poco a la serie. Parecían estar tan unidos que me dio hasta envidia. Pero de la buena. Ahora formaba parte del grupo, y entendía perfectamente por qué se llevaban tan bien. Australia debía ser especial, tenía a los mejores chicos. Y sí, ahora hablaba de Cam.

—Sabes, creo que deberíamos ir a hacer tu cama —sugirió mientras su pulgar trazaba círculos en mi muslo, peligrosamente cerca de mi pantalón.

Lo observé con recelo. Sabía lo que se le pasaba por la mente en realidad, porque bueno, yo también lo quería. Me puse en pie y él me imitó. Pegué su cuerpo al mío mientras caminábamos hacia mi cuarto con nuestras lenguas enredadas en un bonito baile. En algún momento me di con una puerta, en otro Cam se tropezó por mi culpa. Nos reímos y conseguimos llegar de una pieza. Aunque estábamos solos, cerré la puerta de una patada y me quité la camiseta del pijama.

Abrí los ojos porque un ruido me despertó. Miré a mi alrededor, tan solo estábamos Cam y yo. Oh, mierda. Nos habíamos quedado dormidos. Bajé la vista y le vi durmiendo plácidamente sobre mi pecho, con su brazo encima de mi cintura. Estaba tan adorable con las ondas rubias que le caían sobre la frente que quería hacerle una foto. Pero tenía el móvil en el salón. Entonces llamaron a la puerta. Qué raro, los chicos sabían que iríamos a la playa más tarde.

Con sumo cuidado de no despertarle me deslicé como pude y salí de la cama. Me puse su camiseta blanca que tapaba más que la mía y caminé descalza hasta la entrada. Me miré rápidamente en el espejo para comprobar que efectivamente tenía ese aspecto que gritaba "sí, acabo de tener sexo". Me peiné el pelo con los dedos, que era lo único que podía arreglar porque el brillo de felicidad de mis ojos no había quien lo apagara. Volvieron a sonar unos golpes en la puerta y abrí.

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