Capítulo 21: pingüinos

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Las palabras de Cameron me habían dolido en un primer momento. Él no tenía ni idea de lo mal que lo había pasado, a él nadie le dijo que estaría dos meses sin poder hacer lo único que le gustaba en el mundo. Su vida no se había derrumbado, la mía sí. Le dejé en el camino y seguí corriendo como si esa mañana no nos hubiéramos cruzado. Estaba enfadada.

Al principio pensaba que lo estaba con él, pero a medida que corría me di cuenta de que era conmigo misma. Me había convencido de que no quería volver a bailar, pero de vez en cuando, miraba las miniaturas de los vídeos de las actuaciones, pensaba en las puntas que tenía escondidas bajo la cama. Así que cuando volví a casa, al encerrarme en la habitación lo primero que hice fue sacarlas.

Después de pensarlo durante más de cinco minutos, mientras observaba la maleta en el suelo. Me decidí a abrirla y las saqué. Las puse sobre la cómoda, donde podía verlas a cualquier hora, para recordarme que estaban ahí, listas para volver a bailar cuando yo lo estuviera. Salí rumbo a la playa y allí me alcanzó Cam, iba todo demasiado bien hasta que un grito me hizo separarme de él como si tuviera un muelle dentro.

—¡Por fin, joder!

Hannah gritaba con las manos a ambos lados de la boca, para asegurarse de que podíamos escucharla. Dios, menuda vergüenza, quería ahogarme en ese momento. Me tumbé sobre la tabla y nadé a la orilla junto a Cameron.

—Que callado te lo tenías cabrón —le dijo Oliver a la vez que le daba un golpe en el brazo.

—Y nos decías que no... ya te vale Leah.

Maddy me miraba pícaramente, todos tenían una sonrisa en la cara y eso me demostraba lo mucho que se alegraban por nosotros. Eran unas personas fantásticas.

—Bueno, oye. Cambiando de tema —zanjó Cam la conversación—. ¿Qué os parece ir esta tarde a ver a los pingüinos?

Me miró al terminar la pregunta. Se había acordado de que quería visitarlos.

—¡Genial! Te van a encartar Leah, son muy cuquis y pequeñitos.

Maddy estaba que no cabía en ella de la ilusión que le hacía. De todo el tiempo que había pasado a su lado sabía que era una gran fan de los animales, así que no me sorprendía su emoción.

—Eso sí, llévate una sudadera porque por la noche hará frío —me avisó Evans.

—Por supuesto.

Acordamos quedar a las ocho en casa de Oliver y de allí ir a St. Kilda. Después de eso, cogí la pelota de voleibol y corrimos todos al agua para jugar juntos.

Esa tarde me puse una sudadera con los vaqueros cortos y salí rumbo a casa de mi amigo. Por el camino iba mirando el móvil, aquel número había vuelto a llamarme dos veces. En mi defensa diré que como estoy todo el día fuera no llevo el teléfono encima, así que nunca soy capaz de contestar. Me prometí a mi misma que intentaría responder a la próxima llamada, así podría decirle a la persona que se equivocaba de número.

—Hey chicos —les saludé.

—Hola.

Me sorprendió que Cam me diera un beso en la mejilla, pero después me acordé de que ya todos nos habían visto y que daba igual. Entrelacé nuestras manos antes de subir al tranvía y buscamos unos asientos. Los chicos no nos preguntaron nada acerca de si éramos algo, cosa que yo agradecería enormemente. Lo único que quería era disfrutar de su compañía, del tiempo, sin etiquetas ni tonterías. Aquello me daba igual.

—¿Qué planes tenéis para mañana? —inquirió Evans.

—Va suéltalo, ¿qué ronda por esa cabeza hueca tuya? —le respondió Hannah. Él le dio un ligero empujón.

Our Last Sunset [✓]Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin