Capítulo 37: de vuelta

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Por la ventanilla observé como el avión se alejaba cada vez más del suelo, separándome del que había sido mi hogar durante los últimos tres meses. Noté como me empezaban a escocer los ojos y decidí cerrarlos par evitar llorar delante de todo el mundo. Acabé durmiéndome y después de muchas horas aterrizamos en Londres. No estaba preparada para volver a ver a mis padres, si es que acudían al aeropuerto claro. Aún con el pequeño tiburón en mis brazos salí en busca de mi maleta.

«No puedes retrasarlo más, Leah» me dije a mi misma. Respiré hondo varias veces y reuní el valor necesario para atravesar las puertas. Decenas de personas se agolpaban esperando a sus seres queridos. Oteé la sala y divisé una cabellera rubia que me sonaba bastante, pero no me dio tiempo a reaccionar.

—¡Te he echado tantísimo de menos, Leah! —Sophie se colgó de mi cuello y por poco nos tira a la dos al suelo.

La correspondí al abrazo, contenta de saber que por lo menos ella estaba ahí, conmigo. Me agarró de los hombros y nos separó para observarme de arriba a abajo.

—Pero mírate, estás súper morena. Y que bonito se te ha quedado el pelo.

Mi amiga siguió enumerando mis cambios físicos mientras yo sonreía y escuchaba su voz en vivo y en directo, en vez de a través de una pantalla. Pero mi alegría no duró demasiado, porque llegaron mis padres.

—Hola cielo, menos mal que has vuelto. Esta aventura tuya estaba durando demasiado —me dijo mi madre mientras me daba dos besos.

¡Dos besos a su única hija que había estado en la otra punta del mundo tres meses! Era increíble, pero ya estaba acostumbrada.

—Bienvenida cariño.

Mi padre sí que se molestó en darme un corto abrazo, pero no fue nada de otro mundo. Mi señora madre no tardó demasiado en sacar a relucir todo lo que para ello eran defectos. "Seguro que no te pusiste crema solar y ahora tendrás cáncer de piel o manchas" Y "¡pero mira tu pelo! Pediré cita en la peluquería para que te hagan un tratamiento de hidratación". A esas alturas yo ya había aprendido a asentir a todo lo que decía sin escuchar un pimiento, así que tiré de esa habilidad hasta que salimos del aeropuerto.

—Bueno, lo mejor de todo te espera en el coche. Anda corre, ve —me apremió mi madre.

¿Un sorpresa? No era típico de mis padres. Dejé que papá subiera mi equipaje al maletero y entré en la parte de atrás. Me quedé sin aliento cuando vi a Alex ahí sentado, con un ramo de rosas.

Oh, no.

Al instante me giré hacia Sophie que estaba subiendo al coche también, y al verlo también se quedó sin habla. Así que ella tampoco tenía idea de esto. Dios, ¿en qué narices estaban pensando mis padres? ¡Me marché por culpa de este chico! ¿Sabían a caso que se presentó en la maldita puerta de la casa de la abuela? Entonces caí, ¿cómo iba a saber Alex donde vivía? Habían tenido que ser ellos los que le habían proporcionado la dirección. Quería reírme porque aquello era absurdo, pero es que no me entraba en la cabeza. ¿Tan poco me querían mis padres?

—Bienvenida a casa, Leah.

Me tendió el ramo que acepté como pude y me envolvió en sus brazos unos momentos que estoy segura que disfrutó. Me aparté y me puse el cinturón antes de carraspear.

—¿Podemos marcharnos ya? Estoy cansada del vuelo.

—Por supuesto.

Mi padre arrancó el coche y pusimos rumbo a casa. Tenía que estar soñado porque era un broma de mal gusto. Sophie me frotó el brazo, brindándome todo su apoyo. Cerré los ojos y suspiré, el trayecto se me estaba haciendo más largo que el maldito vuelo. Al llegar a casa subí corriendo a mi habitación con la excusa de que quería dormir y me encerré hasta la hora de comer. En Melbourne estaríamos viendo el atardecer y el jetlag me estaba terminando de volver loca. Después de asegurarle a Sophie que estaba bien, llamé por videollamada a los chicos. Maddy fue la primera en cogerlo.

Our Last Sunset [✓]Where stories live. Discover now