Capítulo 1: la realidad

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Cerré el ordenador enfadada. Los gritos de mis padres me impedían concentrarme. ¿Acaso querían que sacara matrículas como por arte de magia? Para eso necesitaba estudiar, y para estudiar, era importantísimo el silencio. Ese mismo que ellos acababan de romper. Si esta situación me hubiera pillado hace dos años, subiría ahí y les rogaría que le callasen. A día de hoy, se que eso es sencillamente imposible. Cuando les entra la vena de la discusión no hay ser humano en la Tierra que les calme.

Como sé que va para rato, cojo mi bolsa de deporte, meto las puntas en ella y me la cuelgo al hombro. Agarro el móvil y los cascos y salgo de casa. Camino tranquilamente hasta el estudio, mis padres saben que estaré allí, así que les da igual. Mientras saque buenísimas notas con los profesores que me traen a casa y las clases online, les tengo contentos hasta que llegan los festivales de ballet. Eso sí, como no tenga un buen papel en la obra les da un infarto con el dinero que invierten en algo que, sorprendentemente, ellos me obligaron a hacer. Ahora, esa obligación se ha convertido en mi vía de escape, en mi manera de escapar de casa y poder respirar de nuevo.

Saludé al conserje y entré en una de las muchas aulas llenas de espejos y barras que había. A esas horas nunca solía venir nadie, ya que el resto de los bailarines tenían clase en el instituto. Me puse las medias y el maillot allí mismo, seguido de las puntas. Me hice una coleta rápida y empecé a calentar. Si mi madre me viera me gritaría que me hiciera un moño en ese mismo instante. Sonreí. A mí me gustaba llevarlo así, los moños me acababan haciendo daño con las horquillas, así que solo los llevaba cuando era necesario. Me puse los auriculares y empezó a sonar la quinta sinfonía de Beethoven. Bailé y bailé hasta que una llamada interrumpió mi música. Era Alex.

—¿Sí? —contesté.

—Me voy a saltar las dos ultimas clases, ¿dónde estás?

—En el estudio. Estaba bailando.

Oí un suspiro al otro lado de la línea.

—¿Te cambias y vamos a algún sitio mejor?

No lo entendía, Alex también era bailarín en la academia aunque, para ser sincera, estos últimos meses le notaba muy raro. No quería quedar conmigo para bailar o comer. Prefería irse a fiestas de compañeros y últimamente se le veía desganado en los ensayos.

—De acuerdo, voy a cambiarme.

—Genial, eres la mejor novia del mundo. Te veo en la plaza.

—De acuerdo.

Volví a ponerme mi ropa y en menos de diez minutos ya estaba con él. Me saludó con un beso en los labios y empezó a andar.

—¿A dónde vamos?

Se giró para sonreírme. Esa sonrisa no me gustó nada. Y tenía toda la razón del mundo en desconfiar de ella, solo que entonces no lo sabía.

—Vamos a comer a un sitio muy guay con unos amigos míos.

Unos amigos suyos. Eso no me gustaba, no me gustaba el camino por el que le estaban llevando y la persona en la que se estaba convirtiendo. Alex no era así cuando le conocí. Bailar era su pasión y cuando lo hacíamos juntos era... mágico. Hasta que se juntó con la pandilla esa y empezó a importarle menos el baile. No se lo reprocho, la inmensa mayoría de bailarines están allí en contra de su voluntad. Me preocupó cuando él empezó a cambiar conmigo. Bueno, y con todo el mundo. Se volvió borde y secante con la gente que siempre habíamos estado ahí, a su lado. Muchos amigos de la academia se habían dado ya por vencidos, yo en cambio seguía ahí.

—Aquí es.

Abrió la puerta de un local que no tenía pinta de ser muy legal, y bajamos unas escaleras hasta un sótano. Hasta entonces no se oía nada pero cuando atravesamos la puerta... sencillamente me estallaron los oídos. Me llevé las manos a las orejas, aquello era inaguantable.

Our Last Sunset [✓]Where stories live. Discover now