Capítulo 23

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La habitación donde yacía mi bebé era amplia, máquinas que no sabía para que servían la rodeaban. Observé la incubadora donde ella descansaba, no alcanzaba a verla del todo, solo advertí un sinfín de cables rodeándola. Mi mano tocó el cristal, me había colocado guantes, llevaba un cubrebocas y una vestimenta idéntica a la de los médicos. Mi cabello también estaba cubierto. Llevaba cinco minutos de pie, mirándola, sin ser capaz de dar un paso y entrar, acercarme. El miedo me dominaba, cuando la viera todo se volvería realidad, una dura y cruel realidad.

Buscaba dentro de mí el valor para dar el siguiente paso. Los minutos transcurrían y era tiempo valioso que perdía con ella, la doctora no tenía esperanzas, pero me pidió no perder las mías. Quizá sucedía un milagro, quizá la vida no sería tan hija de puta con una bebé inocente que no pidió esto, no pidió estar aquí, no pidió sufrir de esta manera.

Mis dedos se contrajeron, se cerraron en un puño. Tuve el repentino deseo de golpear algo y luego salir huyendo de aquí, pero no podía, no podía dejarla sola. Yo era todo lo que tenía, Natalya no importaba, era por su causa que esa pequeña oscilaba entre la vida y la muerte. Joder.

Por favor denme fuerzas, por favor ayudándome a afrontar esto.

Pensé en mis padres y también en mi niña. Les supliqué en silencio que no me dejaran solo, que fueran mi guía, mis ángeles, que me sostuvieran mientras enfrentaba esta prueba tan grande.

Decidí no perder más el tiempo, abrí la puerta corrediza y entré a la habitación. El sonido de los aparatos fue molesto y causó un escalofrió que crepitó por mi espina dorsal mientras avanzaba a paso lento hasta la incubadora. Mis pies se sentían pesados, como si estuviese caminando entre el barro denso. Todo lo veía como una película, algo irreal, producto de mi imaginación. Tal vez estaba soñando, tal vez solo se trataba de una pesadilla y yo seguía tirado bajo la nieve en el orfanato. Preferiría mil veces esa agonía a la que sentía ahora.

Como un autómata al fin llegué a ella. Mi corazón dolió, dolió como nunca lo había hecho, el dolor que apretaba mi pecho era simplemente inexplicable. Me cubrí la boca con la mano para acallar el sollozo que pugnaba por salir de ella. Las lagrimas se acumularon en mis ojos y estas descendieron en silencio por mi cara.

Ella estaba allí, era tan pequeña y delgada. Solo llevaba un pañal que no le quedaba bien, pues su cuerpo era de un tamaño prematuro, sus manos eran tan diminutas, estas se movían de tanto en tanto, temblaba, como si tuviera frío. Había un tubo en su boquita, el mismo que la ayudaba a respirar, su pecho donde se advertían sus costillas, se movía agitado, luego pausado, ella sufría, mi hija sufría y yo no podía hacer nada para detener su agonía.

—Hola —susurré atacado en llanto. Sorbí mi nariz y luché por controlarme—. Hola hija. Soy yo, soy papá.

Mi mano se deslizó por uno de los orificios circulares con los que contaba la incubadora. Temblando alcancé su mano, percibí su calor, su piel, mientras veía su carita. Era tan bonita, atisbaba rastro de su cabello rubio, poseía una nariz respingada y diminuta. Quise verla a los ojos, pero estos se mantenían cerrados fuertemente. Era demasiado pequeña para lograr abrirlos por ahora.

—Sé que estás luchando, cielo, sé que te duele, pero intenta ser fuerte. Voy a estar contigo, no voy a soltarte, ¿de acuerdo? No estás sola.

Cerré los ojos y lloré más. No podía con esto, por primera vez en años le pedí ayuda a Dios, le supliqué por mi hija, si había un poco de piedad en su corazón, quería que se la diera a ella.

De pronto, mi pequeña emitió un gemido de dolor, su carita se contrajo, la expresión de dolor fue clara en ella. Quise cargarla, sostenerla entre mis brazos y calmarla, brindarle mi calor. Quería sentirla completamente, necesitaba tenerla cerca de mí. Maldita sea. Esta tortura era insoportable, me estaba matando.

Bestia ©Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang