Capítulo 3

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Desperté agitado con la sensación cálida aún en mi mano, con su aroma fragante en mi nariz y el sonido de su voz resonando en mis oídos.

Recordaba aquel parque que acababa de soñar, era el mismo que visitaba con mis padres cada tarde, y tuve la certeza de que así como ese sitio era real, también lo era la niña de cabellos de oro que veía en sueños. La conocí, pero nunca supe su nombre, era tan pequeña, tan delicada, como una muñeca, o más bien, como un ángel de preciosos ojos azules.

La sensación de vacío me atenazó el estómago. Había en mí la necesidad de verla otra vez, de tenerla cerca y tocar su piel. Seguramente al día de hoy ella tendría alrededor de diez años.

Mi princesa.

Algún día voy a encontrarte.

Regresé a mi realidad. Esta vez ansié quedarme en mis sueños porque no fueron pesadillas. Hacia mucho que no soñaba con aquella niña, me alegraba tenerla de nuevo en mi cabeza. Pero mientras ella seguía perdida en mis recuerdos había alguien más a mi lado. Su cabello rubio se esparcía por mi pecho, su cuerpo seguía asido al mío como si fuese una víbora constrictora. Con curiosidad le toqué la mejilla donde un hematoma comenzaba a hacerse notar. Ese maldito debió golpearla.

—¡Arriba, Bestia, el señor Ivanov ha pedido que todos se reúnan! —Exclamó alguien golpeando con fuerza mi puerta.

Solté una maldición. Seguramente todo se trataba por el cerdo que abusaba de Natalya. No tuve miedo a los castigos de Dimitri, no me amedrentaban y la muerte no era un privilegio que me daría. Le servía más vivo.

—Nat —la llamé despacio.

Ella se removió. Su rostro se surcó en una mueca de dolor y terror. Se hizo un ovillo y comenzó a respirar entrecortadamente. Me hacia una idea de las pesadillas que tenía.

—Nat, despierta —susurré. Abrió los ojos de golpe con el terror brillando en ellos.

Se sentó sobre la cama, buscó alejarse de mí deprisa. La observé cauto, dándole su espacio. Entonces de a poco fue cayendo en cuenta de dónde y con quién se encontraba, el reconocimiento en su mirada me regaló una sensación extraña y nueva.

—Eres tú —musitó trémula y con el cuerpo ofuscado.

En un acto que me sorprendió, se lanzó a mis brazos. Me quedé estático un momento. Ella buscaba en mí la salvación cuando sin duda sería yo quien la haría pedazos.

—Tenemos que salir. Ivanov ha llegado —le hice saber. Su delgado cuerpo entró en tensión demostrando el miedo que le tenía.

—Va a castigarnos, lo hará —afirmó.

—No, a ti no va a tocarte, confía en mí.

—¿Y a ti quién te protege? —Replicó. Me levante de la cama, la solté, siendo un poco brusco.

—No necesito que nadie lo haga.

Fui al baño y lavé mi cara, eché agua en mi nuca, cepillé mis dientes y arreglé un poco mi cabello. Permanecí frente al espejo, observaba mi reflejo. Había algo bestial en mis ojos, siempre se mantenía ahí como un tatuaje permanente que quizá nunca se iría, ni siquiera con el pasar del tiempo.

Momentos después salí del baño, Nat entró y no tardó más de dos minutos, acto seguido, ambos salimos de la calidez de mi habitación. El frío afuera era insoportable. Quemaba.
Los pasillos carecían de personas, todos debían de estar en el jardín y no me equivoqué, en cuanto llegamos, reparé en que ahí estaban, postrados como soldados correctamente formados en filas y Dimitri al frente de ellos. Cuando me notó, su gesto se endureció, su gélida mirada recayó sobre mí y luego en Nat. A su lado, el guardia que golpeé miraba con verdadero odio a Nat. La palabra en su frente estaba cubierta por una gasa. Reí. No podría cubrirla por mucho tiempo. Me di cuenta de que no recordaba quién lo golpeó. Habría sido una gran ventaja.
Nat me soltó y se integró en su grupo, la dejé ir y permanecí en el mismo lugar.

Bestia ©Where stories live. Discover now