Capítulo 7

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Tomé la jeringa con más seguridad, la ansiedad se manifestó en mi interior, en mi antebrazo una picazón se hizo notar, necesitaba calmarla de una vez por todas. Mis dedos apretaron la liga alrededor de mi brazo, tiré de un extremo con mis dientes. Mis venas resaltaron presionándose contra mi piel pálida, entonces la delgada aguja atravesó mi carne, la droga no tardó en entrar a la vena muy despacio.

Al terminar me dejé caer contra el suelo, la jeringa cayó a mi lado, solté la liga en mi brazo y pude sentir la droga adentrándose en mi sistema. La picazón desapareció, de a poco alcancé el éxtasis, la sensación de plenitud me invadió y disfruté completamente del frenesí que me provocaba.

Mi cuerpo ya se hallaba acostumbrado y completamente familiarizado con la droga. Seis meses transcurrieron y mi adicción era cada vez peor. En ocasiones inyectaba la droga, otras veces la inhalaba, también fumaba, bebía, estaba envuelto en todos los excesos: Drogas, alcohol, peleas y sexo.

Perdí mi virginidad hace unos meses con una mujer de la cual ni siquiera recordaba el rostro. Después de ello no me detuve, seguí teniendo sexo con cuanta mujer podía, todas ellas me doblaban la edad; me hundí en un pozo profundo del que Fabián y Dana buscaban sacarme, pero ¿cómo salvar a alguien que no quiere ser salvado? ¿Cómo salvar a alguien que se condenó? Aunque lo estuve desde el principio.

—¡Ey, ya casi es tu turno! —Me gritó un tipo.

Alcé la vista, era un sujeto gordo, su estómago colgaba y se salía debajo de su camiseta amarillenta y sucia; su imagen grotesca me hizo recordar que me encontraba en la mansión y que iba a luchar dentro de unos momentos.

Me incorporé, el efecto tranquilizador desaparecía y le abría paso a la adrenalina. Hice sonar los huesos de mi cuello, mi piel se sentía muy caliente.

Avancé por el pasillo de luces parpadeantes y me dirigí a la arena; me deshice de la camisa en el proceso, comencé a apreciar los gritos y aplausos de la elite de Rusia. Mientras caminaba me encontré con varios chicos, unos casi moribundos después de haber recibido una paliza de muerte, chicos mucho menores que yo. Sentí sólo un poco de lástima por ellos.

Vi a una chica entre todo el tumulto de jóvenes, una que yo conocía muy bien. Ella ayudaba a un niño, lo sostenía con cuidado mientras la sangre le cubría todo el rostro.

Nuestros ojos se encontraron, los suyos reflejaron tristeza y enojo. Tuve el deseo de acercarme, de hablar, de abrazarla, me hacía mucha falta, la extrañaba, pese a ser poco el tiempo que compartimos, me acostumbré como nunca a ella. Después de aquel día en la enfermería insistió en acercarse, pero fui grosero y la alejé. Me arrepentía, sin embargo, era lo mejor para ella y debía de tenerlo presente siempre. Así que, en contra de mis deseos, pasé de largo de su lado como si jamás hubiese existido en mi vida.

Al salir a la arena las luces me cegaron como siempre, los olores a sudor, sangre y perfume caro impregnaron mis fosas nasales que se dilataron una y otra vez; ya no me repugnó, quizá se debía al hecho de que me hallaba sumamente drogado y todo lo que sucedía a mi alrededor se convertía en sólo una fantasía, así como eran mis esperanzas de escapar de aquí.

Permanecí quieto al tiempo que aquella voz mencionaba mi apodo volviendo loca a la gente que comenzaba a gritar y aplaudir como dementes, como si yo fuera una celebridad; a continuación, mi contrincante apareció. Era un chico de mi edad o quizá un poco mayor que yo. Jamás lo había visto y probablemente mañana olvidaría su cara.

—¡Hagan sus apuestas, es hora de ver a la Bestia!

Fruncí los labios y apreté las manos en puño. Sonó esa molesta campana con la que me hallaba más familiarizado que nada y me lancé contra el chico sin esperar nada. Mi puño fue a parar directamente a su abdomen, en respuesta recibí un golpe en mis costillas que me sacó el aire de golpe, trastabillé e intenté recuperarme, el golpe me dolió y me percaté de que fue a causa de la manopla que el chico llevaba en su mano. Lancé un gruñido molesto y con el codo golpeé su pómulo, rompiéndolo al instante. Odiaba cuando Dimitri me jugaba sucio, pero me daba una gran satisfacción cuando incluso así, no lograba vencerme.

Bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora