Capítulo 9

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Navidad.

Hoy era navidad. La nieve caía con más densidad, se extendía por los jardines como una masa blanca y gélida que volvía todo tan gris y frío.

Odiaba la navidad.

Odiaba la nieve.

Sin embargo, la fecha se volvió especial cuando conocí a Natalya, porque navidad significaba un año más de vida para ella, hoy era su cumpleaños número catorce y quería darle un regalo, una noche única y especial, incluso al estar en esta mierda. Así que acudí a Dimitri, no se pudo negar ante mi petición, porque a pesar de que me tenía prisionero, yo también podía jugar mis cartas y hacerle perder dinero, mucho dinero. E indudablemente, él no quería eso.
Por lo tanto, obtuve lo que deseé, todo lo necesario para darle a Nat un bonito cumpleaños, o al menos una bonita noche. Ella por ahora se hallaba en los comedores, ayudaba con la comida o, mejor dicho, la obligaban a ello. No pude liberarla de esa tarea, mas la recompensaría.

Jugueteé con el dije de estrella que conseguí para ella, lo hice yo mismo, con un trozo de metal y un poco de ingenio. Quedó bien y sabía que le gustaría. Ella amaba mirar las estrellas, ahora podría verlas siempre, incluso al no estar en el exterior.

Me coloqué el abrigo y guardé el dije en mi bolsillo. Abrí el cajón de la mesita de noche cerciorándome de que la droga estuviera ahí. Al mirar la jeringa, el deseo estalló impetuoso en mí, mis dedos picaron por tomarla y mi cuerpo se sacudió levemente a la vez que rememoraba la sensación que causaba al entrar en mis venas.

Negué y cerré el cajón. Tenía que estar bien para Nat.

Salí del cuartucho que no podía llamar habitación y me dirigí a los comedores; poco me importaba que Nat estuviera en sus deberes, no quería que pasara un minuto más de su cumpleaños preparando comida o fregando suelos. Mis manos se deslizaron dentro de los bolsillos de mi abrigo, los chicos a mi alrededor jugaban en la nieve y otros más charlaban amenamente, ignoraban el lugar donde se encontraban, fingían que todo era normal. Ellos se acostumbraban a este entorno, a esta vida, lo que yo nunca podría hacer. No me conformaba, saldría de aquí al costo que fuera.

—Ey, Bestia, ¿tienes un cigarrillo? —Me abordó un chiquillo de doce años, olvidé su nombre, pero lo vi antes en las peleas.

Sin detenerme metí la mano al bolsillo y saqué una cajetilla a la que le quedaban cuatro cigarrillos y se la tiré en la cara, él sonrió y la atrapó ágilmente antes de ser golpeado con ella.

—Quédatelos.

—¡Gracias! —Gritó a mis espaldas.

Me pregunté si aquella contaría como una buena acción o sería más bien un punto más que me ganaba para irme al infierno al estarle dando cigarrillos a menores.

Le puse fin a mis pensamientos en cuanto entré a los comedores. El murmullo de voces penetró mis oídos, molestándome. Mientras caminaba atisbé a Natalya, quien se hallaba en la barra, servía a la fila de niños y jóvenes que buscaban su cena. Sin importarme un poco la presencia de los guardias salté la barra metálica ante la atónita mirada de Natalya y los chicos que seguían formados.

—¿Qué te pasa? ¿¡Estás loco!? —Me encogí de hombros.

—Deja eso, vamos, te tengo una sorpresa —indiqué con calma. Sus ojos se iluminaron.

—Tengo que terminar —murmuró e hizo una mueca.

—Puede hacerlo otra persona, andando —insistí.

No esperé una respuesta, la tomé de la mano y atravesamos a los chicos y señoras que atendían la barra de comida, sin embargo, antes de salir de ahí uno de los guardias se cruzó en mi camino. Detuve mis pasos y Nat se presionó contra mí.

Bestia ©Where stories live. Discover now