Capítulo 20

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Terminé de colocarme el saco, me miré en el espejo, todo de vuelta a su lugar. A mi espalda, Nat fumaba sobre la cama, enredada en las sábanas que hacia unos momentos estuve compartiendo con ella.

—Pareces un catrín —se burló ella. Reí. Tenía razón.

Estaba acostumbrándome a usar trajes costosos, guiándome por los gustos de mi madre, que debo mencionar, eran buenos. Hoy eligió un esmoquin Armani, de abotonadura sencilla y solapa clásica en raso de seda en color negro. Resaltaba mi piel, me hacía parecer otro, como si siempre hubiera pertenecido al circulo social en el que mis padres adoptivos se movían.

—Debo irme ya —informé.

—¿A cuántas vas a follarte esta noche? Esas niñas ricas deben disfrutarte mucho —masculló burlona, pero a la vez, con todo el resentimiento que sentía.

—Eres tan masoquista, Nat —mascullé, mirándola a través del espejo.

—Lo somos, Bestia —corrigió—. Pero al final de cuentas, es conmigo con quien siempre vuelves. Eres mío.

Negué. Hacia mucho que dejé de ser suyo, pero mis ánimos para discutir con ella eran nulos. Necesitaba irme, asistiría a una cena benéfica que organizaba un socio de Patrick, él quería que sus allegados comenzaran a tener tratos conmigo, pues en un tiempo su empresa pasaría a mis manos. Estaba seguro que él no veía el día para que eso pasara, ansiaba irse de viaje con Emma.

—Te veré dentro de unos días. Mañana vuelvo a la universidad.

Ella se levantó de la cama. Evité mirar las marcas en su antebrazo. Hacía dos años que tocó fondo, pero incluso así no desistió de seguir drogándose, lo hacía con menos frecuencia, mas la constancia que empleaba en ello era de verdad triste. No quedaba un solo vestigio de la chica que conoció en el orfanato; ella maduró físicamente, se podría decir que ya era una mujer en toda la extensión de la palabra. Las curvas en su cuerpo se volvieron más notorias, pero seguía siendo muy delgada, todo gracias a las drogas. Sin embargo, aunque por fuera en ocasiones se notara vulnerable, ambos sabíamos que ya no lo era. Me costó alejarla de la mafia, pero lo conseguí, mas su familia seguía estando presente entre nosotros, nunca dejarían de ser un recordatorio de lo que ella era y de donde venía, mucho menos me haría olvidar que de alguna forma se encontraba relacionada con el hombre que nos arruinó la infancia.

—Puedes venir solo a despedirte —dijo sugestiva. Sus palmas descansaron en mi pecho. El perfume que usaba se deslizó silencioso por mi nariz.

—Ya veremos —murmuré.

Sostuvo mi nuca, me miró fijamente y luego me besó.

Respondí a su beso como siempre lo hacía, el sabor a tabaco en sus labios era algo a lo cual ya estaba acostumbrado. No hice el menor movimiento, mis brazos permanecieron a mis costados, el beso no perduró lo que ella hubiera querido, mas se encontró satisfecha.

—No te metas esa mierda mientras yo no estoy —advertí.

Se relamió los labios y ladeó de apoco su cabeza, encogiéndose de hombros. Volvió a recostarse sobre la cama. Lo último que vi de ella por esa noche fue la como encendía otro cigarrillo y se quedaba en su mundo, ese al que creía que ambos aun pertenecíamos.

 Lo último que vi de ella por esa noche fue la como encendía otro cigarrillo y se quedaba en su mundo, ese al que creía que ambos aun pertenecíamos

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Bestia ©Where stories live. Discover now