Capítulo 15

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Dos años después.

Fumaba un cigarrillo mientras la esperaba en el estacionamiento. Este era uno de los tantos vicios que no podía ni quería dejar. Otro de ellos se hallaba en mi mochila y uno más venía caminando hacia mí con suma tranquilidad. Su falda más arriba de la mitad de sus muslos incitaba a ser levantada. Una blusa blanca de vestir pegada al cuerpo y con los primeros botones sueltos dejando entrever el valle de sus senos a los cuales solo yo tenía acceso. Su cabello rubio estaba atado en una coleta y algunos mechones jugaban en sus mejillas, cubriéndole de tanto en tanto los ojos.

Sonrió al verme y se apresuró a encontrarme. En cuanto me tuvo cerca, sus delgados brazos envolvieron mi cuello, los míos se asieron a su cadera, yendo un poco más allá de su espalda baja. A ella no le molestaban mis demostraciones de cariño frente a la gente.

—Pensé que no vendrías —dijo, me dio un beso en el cuello y se apartó de mí lo suficiente para verme a la cara.

—No voy a dejarte sola —espeté. Tiré el cigarrillo al suelo y abrí la puerta del auto para ella.

—Lo sé. Es la primera vez que faltas, ¿a qué se debió? —cuestionó confundida.

—Asuntos que no te incumben —contesté.

Natalya no se inmutó, estaba acostumbrada a mi forma de ser, cambié mucho estos dos últimos años, más con ella, sin embargo, seguía teniéndola en mis manos. El motivo no podía saberlo con seguridad, era solo que, cada vez nos volvimos más tóxicos. Ella comenzó a celarme de manera exagerada, haciéndome dramas sin sentido y metiéndose en peleas con chicas que querían llamar mi atención y no puedo decir que yo me comportaba mejor que ella, prácticamente hacía lo mismo.

Seguro lo más sensato para ambos era terminar con esto que teníamos que ni siquiera podía llamar noviazgo. No obstante, la necesitaba, no porque dependiera de ella, sino que, al ser quien era, sacaba provecho, la usaba, así como también le permitía usarme. Todo el cariño que pude albergar, toda necesidad por protegerla y cuidarla, se estaba yendo a la mismísima mierda. Y lo peor del caso es que Natalya no se daba cuenta de ello o se encontraba tan enamorada de mí como para poder aceptarlo.

Pese a todo, me amaba, y ese amor la destruía de la misma manera que la salvaba.

Ignoraba lo que sucedería entre nosotros dos. Pero por ahora seguiría disfrutándola plenamente, tanto de su cuerpo, como de todo lo que me daba. Natalya lograba conseguirme la droga y no es como si no pudiera pagarla, pero la que ella me traía era pura y me volvió un adicto, me consumió y ahora ese veneno me controlaba.

Sin perder tiempo subí del lado del chofer y encendí el motor. Nat a mi lado se mantuvo callada; comencé a conducir, a sabiendas de que no debía, aún era menor de edad, pero eso realmente no me importaba. Era un niño estúpido y rico que se creía invencible solo por tener dinero.

—Patrick habló conmigo —comenzó a decir.

—¿Qué te dijo? —Pregunté, aunque ya sabía a dónde iba con eso.

—Que no me quiere cerca de ti —respondió. Solté un bufido.

—Lo mismo que quieren tus primos. Una lástima que no estemos para complacerlos.

—Sabes que puede quitarte todo, Bestia. Falta poco para que te admitan en la universidad, sin su ayuda eso se vendrá abajo —expresó preocupada.

—Sabré arreglármelas por mí mismo, aunque sé que él no me dejará desprotegido, no lo hará. Es demasiado bueno —mascullé seguro de mis palabras.

Patrick trataba de hacerme dejar las drogas y de alguna manera culpaba a Natalya por mi situación. Quizás ella tenía parte de la culpa, pero era yo quien decidida enterrar esa aguja en mi brazo, nadie más. Me molestaba que intentara alejarla de mí y el que lo hiciera me empecinaba más para seguir a su lado solo por joderlo.

Bestia ©Where stories live. Discover now