Capítulo 22

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Mi mano apretaba su cuello fuertemente. Ella no se quejaba, por el contrario, lo disfrutaba. Mi pene se abría paso por su culo estrecho, la sensación era mil veces mejor. Necesitaba esto, la necesitaba a ella y la resistencia que tenía y usaba para estar conmigo, llevándome el ritmo. Aunque quizás era yo el que se lo llevaba a ella. Renata era masoquista extrema, las chicas que usé en la universidad no se comparaban en lo absoluto con ella, ni siquiera se le acercaban. Ambos estábamos jodidos y disfrutábamos de ello, me gustaba tenerla cerca porque me daba lo que quería sin reproches ni exigencias. Solo complaciente. Nada más. Justo lo que cualquier idiota como yo necesitaba.

—Golpéame —pidió.

Tomé un puñado de su cabellera y tiré de ella hacia atrás. Su espalda se curvó contra mi pecho, mi pelvis se movió con más violencia contra su trasero. Ambos gemíamos fuerte y claro, pero a ninguno de los dos nos importaba. La oficina estaba insonorizada y nadie se atrevía a entrar sin mi consentimiento.

—Oh, mierda. ¡Sí! No hay nadie mejor que tú. ¡Sigue! —gimió excitada.

Me tensé entero, desesperado por alcanzar el éxtasis la penetré con violencia, rudo, profundo. Solo pude escuchar el golpeteo de nuestros cuerpos, sus quejidos de dolor ante mi brusquedad, e incluso así, ella se vino conmigo. Gritó y jadeó, removiéndose debajo de mí mientras me vaciaba dentro, cada jodida gota.

Recuperé el aliento, una gota de sudor resbaló de mi cara y murió entre nuestros cuerpos que se mantenían unidos, mas no fue por mucho. Salí de ella, me quité el preservativo como siempre y lo tiré a la basura. Renata bajó su falda y abotonó su blusa, sentándose sobre mi escritorio.

—¿Sabes algo de ella? —Pregunté, tomé asiento. Necesitaba una ducha.

—No. Es inteligente, pero al igual que tú, estoy buscándola —respondió. Tensé la mandíbula y maldije por enésima vez.

—¿Crees que sea capaz de dañarlo? —Renata soltó un bufido no típico de ella. Se pasó la mano por su cabellera, acomodándola, todo en su sitio.

—No lo sé, Blake. Natalya está mal, enferma psicológicamente, ese amor que te tiene no es para nada sano, es destructivo, ella solo piensa en una sola cosa.

—En hacerme daño como yo se lo hice a ella.

Renata se quedó callada, diciéndome sin palabras que esa era la más pura y dolorosa verdad. Me puse de pie y arrojé al suelo lo primero que tuve a mi alcance mientras mis dedos tiraban sólidamente de mi cabello. Estaba desesperado, me sentía impotente, nervioso, mejor dicho, aterrado.

Natalya estaba embarazada, de verdad lo estaba. Iba a tener un hijo y yo no sabía dónde se encontraba, nadie lo sabía. Llevaba meses buscándola, contraté gente para que me ayudara a hacerlo. Renata hacía lo suyo también, ella me era leal, había estado acompañándome más que para follar. Pero nada daba resultado, es como si la tierra se la hubiese tragado junto con nuestro hijo.

Tenía miedo de lo que pudiera hacer, estaba despechada, sola, herida, me era inevitable no pensar lo peor. Y no había día que no me arrepintiera por haberla dejado ir. No le creí y ansiaba golpearme hasta el cansancio por haber sido tan estúpido. Si la hubiera detenido mi hijo estaría a salvo, ambos lo estarían. Solo suplicaba en silencio que Natalya no fuera lo suficientemente estúpida para hacerle daño a su propio hijo por vengarse de mí. Me esforzaba por creer que lo cuidaría, que me castigaba estos meses por no haber dado mi brazo a torcer y que en cualquier momento aparecería con nuestro bebé.

—Tranquilízate. Vamos a encontrarla, no ha salido de la ciudad.

—Hay miles, por no decir que millones de sitios donde puede estar oculta.

Bestia ©Where stories live. Discover now