Capítulo 19

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Estaba nervioso. Mis manos se abrían y cerraban una y otra vez mientras caminaba por aquel pasillo blanco que recorrí en muchas ocasiones, del cual aprendí de memoria cada rincón que lo conformaba; la luz del sol se filtraba por las amplias ventanas de cristal que daban una vista al jardín, lo único que podías ver al mirar a través de ellas era verde, un verde imponente acompañado de la luz clara del sol y por las noches, del brillo mortecino de la luna.

No iba a extrañar este sitio, pese a que, pasé un año dentro de sus paredes.

Las primeras semanas fueron las más difíciles, donde la ansiedad me torturó. Mi cuerpo sufría de temblores y fiebre, sentía que me dolía todo. Mi mente era un caos, como si tuviera dentro un enjambre de abejas que no me dejaban pensar con claridad; los medicamentos fueron dolorosos, las inyecciones que recibía me hacían gritar de dolor. La desintoxicación era dura, pero necesaria.

Poco a poco la necesidad de la droga desapareció. Mi cuerpo sanó, mi mente aún permanecía dañada a pesar de que la ayuda psicológica no me faltó, pero logré ver las cosas con mejor claridad y con una madurez que creía haber perdido con el pasar de los años, pero que milagrosamente pude recuperar.

Dejé de ser ese estúpido inmaduro que se sentaba en un rincón a lamer sus heridas. Aún contaba con algunas en mi alma, pero no me dejaría vencer por ellas, llegaría a mi objetivo así tuviera que arrastrarme hasta él.

—Ellos lo están esperando —me informó el médico que estuvo cuidando de mí. Lo miré un instante antes de cruzar la puerta por la que entré hacia un año.

—Gracias —dije—. Me tuvo mucha paciencia —agregué. Lo había golpeado un par de veces cuando recién llegué.

Él sonrió. Su mano tocó mi hombro.

—Te tuve fe, Blake, y no me equivoqué. Sigue adelante, espero saber de ti en unos años y que sean buenas noticias.

—Lo serán —aseguré determinado.

Asintió conforme. Abrió la puerta para mí y con cautela la atravesé.

Mi cabeza iba gacha, pero lentamente alcé la vista, sorprendiéndome con la imagen que tenía frente a mí.

—Blake —pronunció Amy mi nombre y no demoró en venir a mis brazos.

Emocionado por verla, la abracé, levantándola del suelo a la vez que sus delgados brazos se cernían alrededor de mi cuello. Ella reía, contenta, feliz de verme de nuevo. Frente a nosotros se encontraban mis padres, porque lo eran. Ambos conmovidos y ansiosos por abrazarme. Atisbé lagrimas en los ojos de Emma y orgullo en Patrick. No me había percatado de cuanto los había extrañado hasta este momento.

Sin embargo, no solo ellos llamaron mi atención, sino las dos personas que me observaban dubitativas y nerviosas. Ambos estaban tomados de la mano. Verlos me trajo malos recuerdos; ellos eran parte de aquel infierno en el que estuve, no obstante, los buenos recuerdos fueron más fuertes. Gracias a ellos pude saber lo que significaba la amistad y me alegraba que estuvieran aquí, que, pese a todo, se hayan tomado la molestia de recibirme.

—Dana, Fabián —susurré sin que Amy bajara de mis brazos.

—Hola... Blake —dijeron ambos al unísono.

—Querían acompañarte en este día, hijo, así que los hice venir —comentó Patrick. Lo miré.

—Gracias, papá, mamá, gracias por todo —dije sincero.

Emma no lo resistió más. Se precipitó a donde mí y me dio un abrazo que apenas pude devolver debido a Amy que no tenía planes de soltarme y sinceramente yo tampoco quería que lo hiciera.

Bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora