Capítulo 5

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Me escondía detrás de las gradas con Nat, ella ahora formaba parte de mí, la mantenía cerca y la cuidaba para que nadie volviera a tocarla; habían transcurrido dos meses desde lo ocurrido en la mansión y hasta hoy no volví a luchar. La herida en mi abdomen sanó y cerró, pero una cicatriz grande y notoria quedó en mi abdomen como un recordatorio de lo que hice, de lo que sucedió y de lo que nunca podría olvidar ni borrar de mi cabeza.

Como si las pesadillas que antes tenía no fueran suficiente, ahora también soñaba con el hombre que asesiné. Volvía a verlo en mis pesadillas, el momento se rememoraba en mi cabeza una y otra vez; sus ojos me observaban fijamente como si aun estuviesen con vida. Una mirada que me helaba la sangre y me hacía despertar con un miedo aterrador recorriéndome el cuerpo entero.

Quería dejar de soñar, quería que las pesadillas se detuvieran. Solo quería ver a aquella niña que me traía paz. Pero desde aquel día ella no volvió a aparecer en mis sueños. Sin embargo, su perfume aún lo recordaba al igual que su voz, sería algo que no podría olvidar y estaba seguro de que si algún día la tenia cerca, incluso al no conocer su rostro, la reconocería.

—¿Qué día es tu cumpleaños? —Preguntó Nat a mi lado mientras escribía en un cuaderno viejo y de hojas amarillentas.

—¿Para qué quieres saberlo? —Repuse. Se encogió de hombros sin volverse a verme.

—No sé casi nada de ti. Quisiera que eso cambiara —explicó con calma.

Suspiré y guardé en mi bolsillo las hojas que Dana me dio con problemas matemáticos y demás.

—Quince de abril —susurré después de unos momentos—, nací un quince de abril.

Esta vez sí me miró. Sus ojos luminosos se achicaron, llevó el lápiz a sus labios y parecía que su mente trabajaba en algo.

—Dentro de cuatro meses cumplirás años.

—¿Y tú? —Indagué curioso. En realidad ella lucía más adulta.

—Veinticinco de diciembre —respondió. Reí.

—¿En serio, Nat? Cumples años en navidad —me burlé. Elevó su hombro delgado un poco.

—Sí, dentro de poco —musitó—. Así conseguiré largarme de aquí.

La tristeza resplandeció en su mirada, la apartó deprisa, era consciente de que a ella tampoco le gustaba quedar expuesta. No había muchas cosas que me importaran, pero verla bien se convirtió en un propósito, su tristeza me desagradaba, no quería verla triste, no a ella que hacía todo por verme bien y feliz, incluso ante la mierda en la que vivíamos rodeados.

—Voy a sacarte de aquí, te lo prometo. Confía en mí, vamos a huir lejos de toda esta mierda.

Alzó la vista y me quedé prendado de su mirada como solía ser siempre; sus labios llamaron mi atención, quise besarla, besarla mucho.

—Confío en ti, sé que lo lográremos —dijo. Estiró el brazo y sus dedos tocaron mi mejilla, se sentían helados.

—Tienes frío —señalé lo obvio. Negó con la cabeza.

—Estoy bien. He pasado por situaciones peores.

Sin dudarlo la atraje hacia mi cuerpo, intenté cubrirla lo más que pude mientras veíamos la nieve caer delante de nuestros ojos; al menos las gradas tenían lamina encima que nos protegía de esa mierda blanca. Estaba harto de ella, desearía que no existiera.

Tomé el brazo de Nat y envolví mi cintura con él, metiéndolo debajo de mi abrigo. Ella levantó el rostro, yo agaché el mío y nuestros labios quedaron sólo a escasos centímetros.

Bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora