Capítulo 13

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La ansiedad se abría paso por mis venas, apretaba las manos en puño y el cosquilleo en mi antebrazo se pronunciaba aún más. Hacía dos días que no me inyectaba, Patrick creyó que lo estaba dejando, pero no era así. Escapé de la mierda de la que me sometía Dimitri, lastimosamente toda esa mierda no se quedó en el orfanato, sino que vino conmigo. Estaba dañado y me costaría salir del hoyo en el que caí. Sin embargo, lo haría, pero primero necesitaba traer a Natalya, no pude venir antes, dado que, me mantuve huyendo, durmiendo en moteles de paso con el miedo de que en cualquier momento los hombres de Dimitri dieran conmigo antes de que yo pudiera hallar a Patrick.

Gracias a un milagro logré encontrarlo, me ayudó, me vistió, me dio un techo y comida. Tuvimos o, mejor dicho, tuve que ser paciente mientras él movía sus influencias para poder llevar a la policía al orfanato; se arriesgaba demasiado, la mafia de Dimitri era grande, pero todo lo hacía por mí y por ayudar a Nat.

Cada noche la soñaba, sus gritos se quedaron grabados en mi cabeza, eran desgarradores y me hacían despertar a mitad de la noche con el corazón acelerado y el cuerpo húmedo. La impotencia de no poder salvarla siempre viviría conmigo y haría cualquier cosa por ella, tenía una deuda que jamás podría ser saldada.

—Ya casi llegamos —murmuró Patrick. No me volví a verlo.

Fijé mi vista en la ventanilla, la nieve dejó de caer, pero el paisaje seguía siendo blanco, gélido y aterrador. Nos adentramos a un sitio apartado, a la que fue mi cárcel durante siete años. Joder. Odiaba volver.

—Puedes quedarte aquí si lo deseas, yo mismo entraré por Natalya y la traeré —dijo en tono calmado. Patrick era un hombre con una paciencia infinita.

—No. Le prometí que iría por ella y cumpliré mi palabra —articulé decidido. Patrick asintió sin insistir más.

En minutos nos acercamos al orfanato, vislumbré las altas bardas de concreto que lo rodeaban, se extendían por una gran parte de terreno; avanzamos un poco más para llegar a la puerta donde autos de la policía y entre otros se hallaban estacionados. La gente se movía de aquí a allá, los jóvenes salían apresurados, desesperados por abandonar aquel terrible sitio.

Antes de que el motor del auto se apagara, bajé deprisa de él. Prácticamente corrí, esquivé a las personas que se me atravesaban cuando en ninguna de sus caras veía la de Natalya. Mi corazón latía frenético, un vacío se instaló en mi estomago de forma tortuosa conforme avanzaba y no había rastro de ella.

—¡Bestia! —Gritó una voz que conocía demasiado bien.

Me detuve y en segundos tuve a Fabián y Dana frente a mí, ambos cubiertos por unas mantas de tono verdoso que no se veían nada calientes, pero que sin duda lo eran mucho más que las que Dimitri nos daba cuando bien nos iba y lográbamos tenerlas.

—Dana, Fabián —susurré agitado—, me alegro que estén bien. ¿Dónde está Nat?

Su semblante cambió radicalmente, se miraron entre ellos y luego sus ojos se clavaron en mí nuevamente.

—Su primo Oleg vino por ella, Yuri se fue con ellos, ella seguía muy mal después de lo que le hicieron —explicó Fabián.

—¿A dónde? —Cuestioné en tono brusco, aun a sabiendas de que no obtendría la respuesta que necesitaba.

—No lo sabemos —contestó Dana—. Pero Yuri aseguró que no la volverías a ver.

Una sonrisa pérfida asomó mis labios. La encontraría al costo que fuera, así tuviera que revisar bajo cada jodida piedra. Natalya era mía, la necesitaba conmigo, necesitaba asegurarme con mis propios ojos que se encontraba bien.

Bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora