Capítulo 10

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Bebía solo en mi habitación, vaya a saber la hora que era. Llevaba una botella y media de alcohol dentro de mis venas, hace unos momentos me encontraba muy ebrio, algo que la cocaína se encargó de arreglar. Al ingerirla mi estado de ebriedad bajaba de golpe, como si no hubiera bebido una sola gota. Me encantaba.

Aquel polvo yacía sobre mi mesita de noche, tentándome para que ingiriera un poco más de él, lo que probablemente haría después.

Limpié mi nariz y mi atención se fijó en mis nudillos ensangrentados. Le rompí la cara al tipo con el que peleé, pero él rompió mis nudillos, dolían y escocía un poco, no obstante, era un dolor que disfrutaba con plenitud y con el que me hallaba familiarizado.

Moví mis dedos, no se mantenían firmes, me costaba estirarlos, estaban destrozados, jamás podría tocar algún instrumento. Tenía leves recuerdos de mi madre enseñándome a tocar el piano, uno de esos momentos que no fueron opacados por la oscuridad que me atrapó. Hubiese querido salir de aquí, aprender a hacer música con mis dedos, mas ya no servían de nada, estaban defectuosos, como yo.

Cerré los ojos, negándome a sentir lastima por mí mismo; sentía el cuerpo muy caliente, mi corazón acelerado y la adrenalina al tope. E incluso así di otro trago a la botella. Respiré profundo y me perdí un momento en mis recuerdos con la vista fija en la pared, me esforcé incansablemente por traer los buenos. Entre ellos apareció aquella niña, sus coletas se movían de un lado a otro, reía y yo la secundaba. Me llamaba, me pedía que fuera con ella, sus pequeñas manos me hacían una invitación y yo iba detrás de ella sin poder alcanzarla.

Mi príncipe, ven, mamá quiere conocerte.

Entonces se alejó, corría sin dejar de reír. Dios, su risa, su bendita risa se volvió una resonancia eterna en mi memoria.

—¿Por qué siempre te vas? —Pregunté yendo a por ella. Se volvió a verme, sus ojos azules se achicaron cuando su sonrisa se amplió.

—Ven conmigo —insistió—. Quiero que conozcas a mamá.

Y el sueño comenzó a difuminarse, su silueta poco a poco se convirtió en oscuridad, e incluso así no dejé de llamarla.

—No me dejes, no te vayas... te necesito.

—No quiero irme, ven... rápido —murmuró con desesperación.

—Por favor, quédate, por favor sálvame —le supliqué con el rostro bañado en lágrimas y mis nudillos destrozados y manchados de sangre—. No me dejes.

—Nunca lo haré, estoy contigo, lo estaré siempre. Ven a mí, encuéntrame.

—No me dejes, no me dejes, no me dejes.

Abrí los ojos de golpe sin darme cuenta cómo me quedé dormido.

Su perfume, aun percibía su perfume en el ambiente. Respiré deprisa, manteniéndolo bajo mi nariz lo más que pude, lo hice una y otra vez hasta que se esfumó, dejando una sensación de vacío en mí. Mis manos se sentían frías, mi cuerpo anhelaba sentir su abrazo. Aquella niña no abandonaba mis recuerdos, ojalá pudiera encontrarla, ojalá fuera real.

—¿Blake?

Alcé el rostro, encontrándome con Natalya. Cerró la puerta con pestillo y se precipitó con cautela hacia mí. Su aroma me apretó la nariz, pero no olía como mi pequeña, no, no era igual, joder, ella no despertaba en mí lo que esa niña.

—¿Qué mierda haces aquí? —Escupí brusco— ¿Acaso quieres que esos bastardos te lastimen?

No se inmutó ante mi tono de voz, se sentó en la cama, justo a mi lado, su mirada recayó sobre mis nudillos heridos, luego se fijaron en la botella que sostenía aún con firmeza.

Bestia ©Where stories live. Discover now