Capítulo 21

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Siempre me gustaba mirar a través del cristal lo más que mis ojos podían alcanzar

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Siempre me gustaba mirar a través del cristal lo más que mis ojos podían alcanzar. La enorme ciudad poseía rascacielos que se alzaban como monstruos gigantescos capaces de devorarte. Desde abajo, la sensación de que ellos iban sobre ti se pronunciaba sólidamente en tu mente. Desde arriba, sentías que podías comerte al mundo. El poder se volvía adictivo, a veces te hacía creer que eras invencible; tener el control de cientos y la facilidad de hacerte notar entre otros más poderosos que tú, resultaba una experiencia inexplicable.

Hoy ya no era un chiquillo ataviado en harapos, hoy ya nadie podía mandar sobre mí. Era dueño de mí mismo, las decisiones las tomaba yo, tanto sobre quienes se hallaban debajo de mí, así como los que caminaban a mi lado. Mi voz era poderosa, mi presencia despertaba curiosidad, había cambiado completamente.

La Bestia había quedado enterrada sobre esto que hoy era.

Blake Evans, el joven dueño de un imperio, el empresario multimillonario misterioso que destacó entre otros veteranos, quien derrumbó compañías y se adueñó de sus cenizas.

Nunca me sentí mejor. Mientras me movía lentamente por el suelo de mi oficina, evocaba mi pasado, ese que quedó enterrado, mas no olvidado. Transcurrieron bastantes años, nueve en realidad. Nueve años desde que salí del orfanato, desde que fui salvado por mi padre, nueve años en los que busqué salir del hoyo en el que Dimitri me metió y del que pensé no podría escapar. Me costó demasiado luchar contra mí mismo, vencer los demonios que se asieron a mis hombros y no me permitían avanzar. Les gané, pero solían venir de vez en cuando para recordarme de donde llegué.

—Señor Evans, su hermana está aquí —informó mi secretaria.

—Hazla pasar, sabes que ella no necesita esperar, Lizbeth —espeté, detuve mis pasos frente a la pared de cristal. Ella solo murmuró un lo siento.

No pasó mucho para escucharla entrar. Sus delgadas piernas luchaban contra los tacones que se empeñaba en usar, el sonido fuerte que provocaban me hacía imaginarla.

—¿Mamá sabe que usas sus tacones? —Me burlé.

—Qué gracioso. No calzamos del mismo número —se quejó.

—Cierto, tienes pies de gnomo —mascullé.

—Y tú de gorila macho —gruñó.

Reí. Di la vuelta para mirarla. Enseguida mi ceño se frunció. Amy era hermosa, pero hoy se maquilló, sus labios de niña estaban cubiertos de un labial carmín, llevaba un vestido rosa pálido con los hombros al descubierto, un pronunciado escote, ceñido, de tela gruesa que le llegaba a la mitad de sus muslos blancos.

—¿Qué mierda haces usando eso, Amy? —Increpé.

—Mamá dijo que cuides tu vocabulario conmigo —advirtió, señalándome con su dedo índice.

—No me cambies el tema. Iremos a casa y vas a quitarte ese vestido. No puedes usar ese tipo de ropa, carajo —espeté acercándome a ella. Se cruzó de brazos y elevó su mentón, altanera como solía ser en ocasiones conmigo.

Bestia ©Where stories live. Discover now