Capítulo 24

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Treinta días, treinta días transcurrieron, antes me hubiera parecido que los días pasaban en un abrir y cerrar de ojos, pero ahora que tenía a Hope y que cada minuto a su lado contaba, no podía verlo así. Mi hija estaba luchando, para sorpresa de los médicos que la atendían y examinaban, ellos me decían que era increíble, casi un milagro que la pequeña siguiera con vida, y al ver lo que ella hacía por sobrevivir, me dijeron que cabía la posibilidad de que se salvara.

Recuperé la fe al oírlos, de verdad lo hice.

Venía todos los días a verla, en los horarios que me era permitido el estar con ella, si por mí fuera estaría día y noche velando su sueño, cuidándola. Mis brazos ansiaban cargarla, se había vuelto una necesidad en mí. Mas su estado se interponía en mis deseos.

A Natalya se le prohibió entrar a verla porque yo así lo quise. No la quería cerca de mi hija, no cuando ella era la culpable de su agonía y su sufrimiento, pese a que, era consciente de que mi pensar era erróneo y Hope también era su hija, estaba consumido por el rencor y el dolor que me causaba ver a mi niña luchar.

Mis padres por otra parte se mantenían conmigo lo más que podían, Amy también solía estar por aquí, Renata se hacía cargo de Natalya, no llamó a su familia, con eso me hizo un gran favor.

Sostuve la manita de Hope, no dejaba de tocarla, ella se quejaba despacio, pero no lloraba, no podía hacerlo. El tubo seguía en su garganta y yo desesperado deseaba quitárselo.

—Estoy aquí cielo, papá no es bueno cantando, pero lo haré por ti, ¿quieres que te cante? —musité, incluso al saber que ella no me respondería— Bien, lo haré, solo un poco, solo la única parte que recuerdo.

Sentí un apretón en mi dedo, quizá solo era una reacción de su cuerpo que no tenía nada que ver con lo que yo le decía, pero no lo tomé como eso, quise creer que mi hija me escuchaba y entendía cuando le hablaba y eso nadie iba a impedírmelo.

No hay que llorar, duerme y sueña feliz, siempre tú debes mi arrullo llevar, así yo estaré junto a ti.

Repetí una y otra vez aquel pequeño trozo de la canción, Hope se relajó, su carita se mantuvo tranquila, no se quejó más, así que continué cantándole, fascinado con ella, grabándome las facciones que conformaban su belleza. Mientras la miraba pensaba en que no había nada que yo no hiciera por ella, daría mi vida por la suya, sacrificaría todo lo que poseía con tal de verla bien y feliz. La amaba profundamente, la amaba y la amaría siempre.

—Señor Evans —susurró una enfermera. No la miré.

—¿Sí? —Respondí apenas en un susurro.

—La doctora me ha dicho que puede cargar a su hija, al menos por unos minutos —informó.

Esta vez sí que la miré, lo hice como si no pudiera creer lo que acababa de decir. La emoción que detonó mi rostro la hizo sonreír, fue como si el hacerme feliz la hiciera feliz a ella incluso sin conocerme.

—¿De verdad? —Pregunté temiendo que fuese solo una broma.

—De verdad. Mire, puede tomar asiento por allá, mientras mi compañera y yo preparamos a Hope.

Sinceramente me alegré cuando todos los que entraban a verla se referían a ella como Hope, la llamaban por su nombre y ese era un gran gesto para mí.

—¿Creé que pueda tomarle una fotografía? —Indagué. Ella me miró, su compañera trabajaba con los cables que Hope tenía alrededor de su cuerpo.

—Por supuesto, solo no utilice flash, ya que ella es muy sensible —advirtió.

—De acuerdo —acepté.

Bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora