Capítulo 18

7.8K 921 189
                                    


Ella corría por el parque. La miraba desde el columpio. Me gustaban sus coletas rubias, parecían oro, brillaban como los aretes de mamá; sus mejillas estaban muy rojas. Se veía más bonita. Le había dicho a mamá que las niñas no me gustaban, que eran tontas y feas, pero cuando la veía a ella, fue diferente, no sabía por qué, solo sabía que me gustaba mucho y quería hablarle y saber como se llamaba y jugar con ella. Tal vez podía invitarla a nuestra casa, le mostraría mis castillos y mis juguetes. Los compartiría con ella.

Corrí hacia el tobogán donde ella estaba. Escalé deprisa, era el niño más rápido del mundo. Luego, cuando estuve cerca de ella, me detuve. Sus pequeñas manos se aferraban al tobogán, pero no se lanzaba, parecía que tenía miedo.

Me acerqué despacio para no asustarla, toqué su hombro y sentí cosquillas en mi estómago.

La niña se volvió a verme, sus grandes ojos azules estaban llenos de lágrimas. Su rostro tenía una expresión de dolor, como la que yo solía poner cuando mamá me llevaba a vacunar.

Moví mis labios, pero ninguna palabra salió de ellos. La niña hablaba, me decía algo, pero fue imposible escucharla. Quise tocarla de nuevo, pero se desvanecía, era como un fantasma.

—No me dejes —supliqué.

Miré mi reflejo en sus ojos. Ya no era aquel niño, era de nuevo la Bestia. Mis nudillos sangraban, mi ropa estaba sucia, llevaba los mismos harapos que conformaron mi guardarropa por años.

—No te vayas —pedí con la voz rota.

La niña lloró. Las lágrimas descendían por sus mejillas sonrojadas. Su rostro comenzó a difuminarse, pero sus ojos, sus ojos jamás los olvidaría, tampoco el aroma que desprendía.

—Quédate. Sálvame por favor.

—Encuéntrame —suplicó en un susurro distante, como el sonido de un eco.

—No puedo. Estoy perdido, llévame contigo.

—Encuéntrame, Blake.

Abrí los ojos de golpe.

El vacío se instaló en mi corazón. Di un vistazo a mi alrededor, dándome cuenta de que había regresado a la realidad.

Mis brazos descansaban extendiéndose sobre mis muslos. Las jeringas yacían tiradas en el suelo, justo a mi lado. Mi antebrazo estaba lleno de hematomas, ya no se desvanecían. El efecto de la droga pasó.

Tallé mi nariz con el dorso de mi mano y tuve que respirar profundamente dos veces al darme cuenta de que, mi mano mantenía el aroma de aquella niña; cerré los ojos un momento y sus ojos aparecieron en mi visión. Ese azul hermoso, luminoso. Es como si estuviera viendo el cielo.

Empuñé la mano y di un golpe seco contra el suelo. El dolor se extendió por mis nudillos, fue satisfactorio, así que lo hice de nuevo, sintiéndome enojado, solo, triste. Odiaba soñarla, tenerla presente cada vez que cerraba los ojos; ella solo venía, dejaba un vacío en mi pecho y la dolorosa necesidad de verla y saber al menos quién era y cómo se llamaba.

¿Por qué me sentía obsesionado por alguien que no conocía?

Quise llorar de impotencia.

—¿Dónde estás? ¿Por qué me torturas de esta manera? —Susurré sin que nadie me diera una respuesta.

Intenté incorporarme, pero estaba muy débil. Llevaba días encerrado en aquella habitación de un motel de mala muerte; había botellas de alcohol tiradas, droga, cigarrillos. Era un desastre.

Bestia ©Where stories live. Discover now