Capítulo 8

11.5K 1.1K 190
                                    

Después de aquella noche no busqué a Natalya e hice como si nada hubiera sucedido, como si ella no me hubiera entregado su virginidad siendo tan joven, como si no hubiera escuchado los te quiero que salían de su boca mientras la hacía mía.

Y ella por su parte, no hizo ademán de acercarse; no supe que veía en mi mirada que la hacía huir de mí, se escondía, lo cual me resultó divertido, un juego en el que decidí participar. Quizá se encontraba avergonzada por lo que hicimos, mas no tendría por qué hacerlo. Fue algo que ambos queríamos y aunque no me hallaba en mis cinco sentidos, realmente lo disfruté.

Hoy era de mañana, desayunaba junto a Fabián y Dana, como siempre, y en unas mesas más allá, Natalya lo hacía sola. Su cabello rubio le caía por encima de su hombro derecho y le servía como una cortina para ocultar su rostro de los demás. Estuve a punto de ir a donde ella cuando noté a aquel chico nuevo acercársele. Era un joven de cabello rubio, casi blanco, de ojos grises y mirada severa, dura, era como una versión de mí, pero en rubio. El asco gritaba por cada centímetro de su cara, pero cuando se acercó a ella su semblante cambió. Le tocó el hombro a Natalya, quien sobresaltada se volvió a verlo.

Él movió sus labios diciéndole algo, a lo que tímidamente respondió, ignoré el porqué de su actitud sumisa, me pregunté dónde había quedado la Natalya retadora y demandante que llegó hace meses.

—Si sigues mirándolos de ese modo, quizá logres asesinarlos con la mirada —espetó Fabián en tono burlón. Me volví a verlo abruptamente, efectué una mueca despectiva.

—¿Quién demonios se creé para hablarle? —Exclamé molesto.

—Ella no tiene prohibido hacer amigos, Bestia, además, no es de tu propiedad para impedirle que hable con otros chicos. —Mi parte racional sabía, por supuesto, que mi amigo tenía toda la razón. Sin embargo, normalmente me dejaba guiar por lo que mis impulsos decían.

—Estás equivocado. Ella es mía, más mía de lo que podría decir cualquiera —mascullé entre dientes, apreté el cubierto en mi mano hasta que sentí como encajaba en mi piel, sin quitarles la vista de encima. Natalya comenzó a sonreírle y él tuvo la osadía de acariciarle el cabello.

—¿Acaso tú y ella...?

Miré a Dana que no pudo terminar aquella frase. Le sostuve la mirada diciéndole que sí a su pregunta no formulada. Sus ojos se abrieron más de lo normal.

—¿¡Estás demente!? —Gruñó entre dientes— Oh Dios, por supuesto que lo estás. ¿Sabes lo que te hará Dimitri cuando sepa que le has quitado su mayor "tesoro" a esa chica?

Me encogí de hombros, quitado de la pena. ¿Qué era lo que podría hacerme? ¿Encerrarme en la nieve? ¿Golpearme? ¿Lastimar a mis amigos más de lo que ya lo había hecho? Por su culpa violaron a Dana y ahora una cicatriz surcaba su cuello como un recordatorio físico del daño que le causaron. No tenía con qué herirme, ya no.

—Dudo que pueda joderme más de lo que ya lo ha hecho —le resté importancia.

—¿Y a ella? ¿Sabes lo que le hará a ella? "Eso" la mantenía a salvo de la prostitución, Bestia.

—No voy a permitir que nadie que no sea yo le ponga las manos encima. Comenzando con Dimitri y terminando con ese imbécil —espeté incorporándome.

Arrastré la silla con más fuerza de la necesaria, lo justo para llamar la atención de los jóvenes que aun desayunaban y también la de Natalya, que al verme de pie y con los ojos puestos sobre ella se puso nerviosa y apartó deliberadamente la mirada, clavándola de nuevo en su acompañante que me observó de soslayo con una mueca de desagrado.

—No hagas una tontería, ese chico no es como los demás —advirtió Fabián.

—Lo sé.

Incluso así caminé confiado a donde ellos. Natalya me vio aproximarme, mas no movió un solo músculo. Al llegar retiré la silla frente a ellos y sin pedir permiso me senté con la espalda apoya en el respaldo y la mirada sobre Nat.

Bestia ©Where stories live. Discover now