CAPITULO XXXIII

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Carla apareció en el despacho de Lenox antes de que los demás lo hicieran. Al verla, Luna cruzó la habitación y se abrazó a su cuello sin poder contener las lágrimas.

—¡Dime que está bien todo, mamá! –le susurró al oido— ¡Dime que Mario y Risk están a salvo por favor, dímelo antes de que pierda por completo la razón!

Le partía el corazón ver la desesperación de su hija, le acarició los brazos una y otra vez mientras le respondía en voz baja.

—Tranquilízate, todo va a salir bien, no te preocupes. Mario ya está bastante recuperado del virus, en un par de días, estará completamente bien, y Risk... —dudó antes de decir algo de lo que luego pudiera arrepentirse— bueno, creo que en breve tu hermano estará aquí para contarnos como ha ido todo.

En ese momento la puerta del despacho volvió a abrirse, y Dan entró con el rostro lleno de preocupación, pero al darse cuenta de como Carla estaba consolando a Luna suavizó su expresión para no preocuparlas más.

Se acercó a Carla por su espalda y le rodeó la cintura con un brazo, mientras que con la otra mano acariciaba la cabeza de Luna.

—¿Cómo están mis inteligentes chicas? –preguntó suavemnte antes de dejar un beso en el cuello de Carla.

—¡Bien! —Respondió Luna apartándose de Carla e incorporándose al tiempo que se secaba las lágrimas con el dorso de las manos— ¿y a ti como te ha ido?

—¡Como era de esperar cuando se trata de mi padre!

Carla le sonrió, para intentar suavizar su ánimo, pero en el fondo estaba tan preocupada como él. Sabía que mientras Héctor Grieg viviera, una espada de Damocles colgaba sobre sus cabezas.

Lenox intervino en ese instante haciéndoles cambiar de tema hábilmente.

—Tomad asiento, vuestros chicos están a punto de llegar, y al parecer toda la operación ha sido un éxito.

—¿Qué operación? ¿Qué es lo que me he perdido?

—No te preocupes Dan, ya está todo arreglado, —le tranquilizó Lenox— Mario ha sido trasladado al campamento, y Risk no tardará en reunirse con ellos, en estos momentos un helicóptero le lleva hacia allí.

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Sam se encontraba en su apartamento, junto con Tana, que intentaba mantenerse entera, al menos, delante de su padre. Pero todo aquel nerviosismo no le estaba haciendo bien.

Temía por el bebé, pero no podía evitar lo que sentía. Estaba completamente aterrada de lo que pudiera pasar a partir de ahora con ella y con el bebé. Además de el dolor de estar separada de Eric.

No podía evitar pensar que, si al menos él estuviera a su lado, ella tendría en quien apoyarse.

Sam recibió una llamada de Storm asegurándole que todo había salido bien.

Se movía nerviosamente por la sala mientras hablaba con él, pero cuando se dio cuenta de que podría poner más nerviosa a Tana salió al pasillo para terminar la conversación.

Volvió a entrar en el salón, sonriendo y Tana sintió un alivio en su pecho, al menos, parecía que las cosas dejarían de complicarse. Se sentó a su lado y le besó en la mejilla.

—Todo va a salir bien, cariño. Risk ya ha sido liberado y en estos momentos debe de estar llegando al campamento.

—¿Al campamento? ¿Pero por que le han llevado allí? Él no es uno de los infectados.

—No, pero tenían que buscar un lugar para esconderle, y en el campamento pasará desapercibido con una identificación falsa.

Tana empezó a sentir como se le apretaba el estómago. ¿Qué sería de Luna ahora? Tendría que estar tan separada de Risk como ella lo estaba de Eric, pero lo que peor llevaba era el no poder hablar con él.

Ni siquiera podía tener noticias suyas, no, hasta que alguien de la Liga pudiera pasarlas hasta allí.

El estómago se le revolvió y sintió que algo le subía por la garganta. Se cubrió la boca con ambas manos y salió corriendo en busca del baño, mientras su padre comenzaba a seguirla sorprendido por su reacción.

Vació el contenido de su estómago en la taza del vater. Sam se colocó detrás de ella, junto a la puerta, evitando que esta se cerrara.

—¿Te encuentras bien cariño? ¿No te habrás contagiado con algo?

—No, papá, —le respondio mientras se sujetaba el pelo hacia arriba con una mano y con la otra agarraba una toalla y la mojaba bajo el grifo para limpiarse. — Estoy segura de que son los nervios.

—Supongo que después de un día como el de hoy, es lo menos que nos puede pasar.

Cuando Sam se dio media vuelta y comenzó a alejarse por el pasillo, Tana suspiró, aliviada de que su padre no se hubiera dado cuenta.

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