CAPITULO XLVII

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Sería cerca de mediodía cuando unos golpes en la puerta del apartamento despertaron a Risk, se quitó la gorra de la cara y volvió a colocársela antes de ir a comprobar quien era.

Antes de que llegar a la puerta escuchó la voz de Rixon desde el otro lado, pero aun así metió una mano en el bolsillo de su pantalón y empuñó el arma sin sacarla de donde estaba, preparado para hacer fuego si fuera necesario.

—Abre Risk, traigo a alguien que quiere hablar contigo.

Risk abrió la puerta lo suficiente como para verles la cara y que ellos pudieran ver la suya, pero colocó un pie estratégicamente detrás de la puerta para impedir que esta se abriera sin su consentimiento.

—¿Qué quieres Rixon?

—¿Nos vas a dejar en la escalera?

—Eso depende.

—¿Depende? ¿De qué?

El tono de Rixon mostraba que empezaba a sentirse molesto.

—De que tu amigo deje el arma que lleva a mi vista y la sujete por el cañón.

El hombre que estaba al lado de Rixon cruzó una mirada con él y luego sacó el arma que llevaba en el bolsillo de su cazadora amarrándola por el cañón como le había indicado Risk.

Risk le recorrió de arriba a bajo con la mirada, era un hombre de unos treinta y tantos y llevaba la cabeza rapada, tenía los ojos marrones y los labios finos. Su mandíbula cuadrada endurecía un poco su rostro aniñado.

Era delgado, pero Risk presentía que bajo aquella cazadora militar había un torso y unos brazos llenos de músculos bien definidos.

—Está bien, pasad.

Risk abrió la puerta lo suficiente para que los dos hombres pasaran al interior, y sin apartar la mirada de ellos, una vez estuvieron dentro, la volvió a cerrar.

Los dos se quedaron mirando el apartamento, pero no hicieron comentario alguno, como si el estado en el que se encontraba fuera de lo más normal.

Con un gesto de su mano Risk les indicó que se sentaran en el viejo sofá. Ellos lo hicieron sin pensarlo dos veces.

—Espero que te hayas instalado ya.

El hombre tenía la voz ronca como si hubiera pasado la noche gritando.

—No es que tenga mucho que acomodar, de modo que sí.

—Estupendo.

El hombre le sonrió y Rixon se apresuró a hacer las presentaciones.

—Mira, Risk, este es Coust. Es uno de los que organiza todo lo que ocurre en esta ciudad y le he hablado de ti.

Risk se tensó solo de pensar lo que aquel imbécil podría haber contado de él. Tampoco es que se asombrara demasiado, después de todo, sabía que tenía los días contados.

—Deja que yo se lo explique, Rixon. –Le interrumpió el otro— Verás Risk, tu amigo me ha contado de donde venís, y también me ha hablado sobre tus habilidades como piloto y conductor.

Lo cierto es que no tenemos inconveniente en que os quedéis en esta ciudad, pero como comprenderéis, no podéis hacerlo gratis.

Risk se envaró, pero no respondió, solo continuó escuchado al hombre y de vez en cuando le echaba una mirada asesina a Rixon.

—Nosotros vivimos al margen de la Alianza Central, —continuó Coust— y tampoco tenemos nada que ver con la L.A.L. No necesitamos a ninguno de ellos para vivir, —se rió como si hubiera hecho un chiste privado— si es que a esto se le puede llamar así. Tenemos lo que necesitamos y lo conseguimos cuando nos hace falta. Todos colaboran. Y vosotros tendréis que hacerlo si queréis quedaos.

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