CAPITULO VIII

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El intercomunicador de Mario sonó, y él salió del dormitorio hacia el pasillo, intentando que el zumbido no despertara a Elena que seguía dormida.

—¿Mario?

—¿Sí? ¿Risk?

—Sí, reúnete conmigo en La guardiana en diez minutos.

—¿Lo tienes?

—Sí.

—Gracias, Risk, —el corazón de Mario golpeaba con fuerza— se lo que esto puede significar para ti y para Luna, pero tenía que intentarlo, ¿lo entiendes?

Un silencio se hizo en la línea y Mario temió lo que su hermano hubiera tenido que hacer para conseguir lo que le había pedido.

—No es nada que tú no hicieras por mi sin pensarlo, date prisa, tenemos poco tiempo.

—Voy para allá.

Risk mantenía el pequeño envoltorio haciéndolo girar entre sus manos. Sentado en una silla de una de las mesas del fondo del local, esperando que a nadie le pudiera llamar la atención el que un par de soldados estuvieran allí a esas horas.

Cuando vio aparecer a Mario acercándose por el pasillo hacia la mesa, soltó un suspiro de alivio.

Mario se sentó en la silla frente a él.

—Tendremos que ir a casa, creo que será más seguro.

—Entonces vayámonos, no tenemos tiempo que perder.

AMANECEWhere stories live. Discover now