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Pov Stephan

La joven me guio a una furgoneta sin cristales donde ya se encontraban los otros hombres que sacaron del bar. Tras ella subir y cerrar la única forma que nos quedaba para ver a donde nos llevaban el transporte se puso en marcha, las curvas en las que giraba eran bastante marcadas pero de igual forma no me serviría para saber la ubicación de a dónde nos llevaban, tras unos cuarenta minutos la misma paro con una sacudida tras un sonoro frenazo. Un hombre corpulento con tatuajes que llegaban hasta su cuello abrió la puerta haciéndonos bajar frente a una mansión impresionante. La fachada de ladrillo rojo y marrón remarcando los arcos de las ventanas con arcos de ladrillos de color rojo vino y un vitral central donde se reflejaba el escudo de la familia Marcov. Por la puerta principal salió una chica de unos 17 años preciosa, ella estaba en el bar pero recuerdo haberla visto irse con un chico y no volver. Su largo cabello cobrizo hacia resaltar su piel blanca y ojos ámbar. Iba vestida con un pantalón corte militar, negro y una camiseta blanca cruzada por una funda con cuchillos y una UPS. Con paso firme se acercó al borde de los escalones y tras una sonrisa sínica se dirigió a nosotros.

-Bienvenidos reclutas, la zarina les desea suerte en sus pruebas del día de hoy.

Tras eso fuimos dirigidos por el lateral de la mansión, cuyas ventanas estaban cubiertas con cristales tintados, hasta un campo de entrenamiento y ahí entre cinco mujeres, de apariencia inocente, masacraron a la mitad del grupo. Su técnica era increíble y la rapidez con la que se movía dejaba ver lo peligrosas que eran. Su apariencia era una distracción, una muy peligrosa.

Sentía una mirada sobre nosotros, pero todas las ventanas tintadas no me permitían saber de dónde o quien era el que nos observaba. Mi turno llegó y una joven de unos 16 años y piel cobriza se ubicó frente a mí con una sonrisa coqueta, la había visto atacar a un hombre del doble de su tamaño hace unos minutos y matarlo, por lo que no me deje engañar por su encanto.

La lucha fue reñida pero trate de no golpearla más de lo necesario, aun así término haciéndome una llave que me dejo inmovilizado. Parándose de mi espalda esbozo una sonrisa de suficiencia. La confianza que desprendía por cada poro de su pequeño cuerpo era increíble para una persona de su edad.

-Eres bueno, pero nunca te contengas en una pelea real, tu afán por no dañar a tu oponente no te salvará la vida- elogio y regaño a la vez- Que sea una mujer no me hace más débil que tú, al contrario, mi femineidad no te permite dañarme y si no me hubieras dado batalla, esa misma necesidad por no lastimarme te hubiera matado. Por cierto, soy Topacio- se presentó.

-Stephan- le dije levantándome del suelo para ofrecerle mi mano en forma de saludo, pero esta no correspondió el gesto, por lo que la baje de inmediato.

-No pedí tu nombre, Stephan, lo más probable es que no lo uses por aquí. Por ahora estás dentro- me dice antes de largarse.

Para cuando la medianoche llego todo el que no logró tocarlas estaba muerto, eran letales, y al parecer tenían muy buena resistencia en el campo de batalla.

Al salir de allí fuimos llevados a una amplia sala, la que supuse seria el salón principal de la mansión, los pisos de mármol y techos abovedados con arañas de cristal eran obras de arte, la esposa de Marcov no escatimo en gastos cuando construyeron la casa, el lujo era evidente en cada rincón por el que pasamos. Unos pasos se oían desde la escalera hasta que unas botas de tacón se hicieron visibles. Al llegar al final de las escaleras reconocí a la diosa frente a nosotros como la Zarina. Las fotografías no le hacían justicia, vestida con pantalones de látex negro que se amoldaban a todas sus curvas, una camiseta negra que se pegaba a sus pechos como una segunda piel y un arma enfundada a medio muslo. Era el pecado en toda la extensión de la palabra.

- Bienvenidos reclutas-su voz sensual hizo eco en mis oídos haciéndome imaginar cómo se escucharían sus gemidos- me alegro de que se encuentren bien, las chicas con las que realizaron sus pruebas son conocidas como las muñecas, entrenadas para matar, los soldados más letales con los que cuento, así que si han llegado hasta aquí, están capacitados para formar parte de las filas- dijo con una sonrisa- y los que no han llegado, lo siento por ellos- agrego con una mueca de desagrado tensando sus labios rojo cereza.

Todos los hombres presentes se irguieron orgullosos sin dejar de detallarla hasta que la asiática que conocía del bar, salió de la nada.

- Nikita - preguntó a la joven- ¿Está todo preparado para la última prueba de hoy?

- Si, zarina- contestó la antes mencionada.

- ¿Cuantos de ustedes estarían dispuestos a jurarme lealtad?- Su tono fue autoritario, digno de una mujer con poder.

- Yo- Todos respondieron al unísono y ella sonrió.

Su sonrisa era fría como el hielo. Macabra incluso.

- En la caja que ven a mis espaldas hay seis armas y ustedes son catorce, por lo que solo seis de ustedes integraran mis filas, la prueba comienza ahora -dijo subiendo tres escalones.

Como un relámpago uno de los chicos se abalanzó sobre ella saltando por encima de la caja y la tomo del cuello arrastrándola hasta el medio del salón, causando que todos se paralizaran menos las muñecas y yo. Tome un arma y apunté a su cabeza.

-Diles que bajen las jodidas armas, perra- dijo el tipo amenazándola mientras apuntaba a la cabeza con el arma que le había quitado del muslo. Este la superaba en al menos sesenta quilos de músculos y dos cabezas de estatura.

- Bájenlas - ordenó un poco ahogada.

Mientras el chico miro como bajábamos las armas ella tomó su brazo derecho haciendo una llave que causo que la pistola cayera al suelo y él quedará inmovilizando, con uno de sus zapatos haciendo presión sobre el cuello de su atacante. En cada mujer de esta sala eran presentes las técnicas del Aikido.

- Iván, Josef, Isaac- Llamó con voz calma a lo que aparecieron tres grandes rubios con músculos bien definidos y el enojo marcando sus facciones- Llévenlo al sótano, chicos sigan a Nikita.

Señalo a la última que había entrado a la sala cuando pocos reaccionaron ante el nombre que había pronunciado. Al bajar al sótano un fuerte olor a desinfectante lleno mis fosas nasales, la zarina entró en una habitación y la chica junto a los rubios nos llevó a otra. La sala era blanca, fría y se comunicaba con la otra mediante un espejo que dejaba ver a la que ella había entrado. El hombre más grande se acercó al espejo y haciendo presión en un botón al lado lateral nos hizo participes del más mínimo sonido en la sala contigua.

El tipo estaba atado a una camilla quirúrgica esposado de pies y manos, mientras ella llevaba un delantal de rosas rojas sobre un sostén deportivo y un mini short. Mientras se ataba el delantal tarareaba una melodía con voz angelical. En la mesa cercana a ella estaba perfectamente organizado gran cantidad de material quirúrgico y junto a este un armario de metal con montones de gavetas etiquetadas, parecía un archivo pero algo me aseguraba que no lo era. El sujeto la miraba con desprecio y ella sonreía como si fuera un ángel. El ángel de la muerte.

La emperatriz de la mafia roja On viuen les histories. Descobreix ara