Capítulo 40: "Una promesa de la tierra"

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Mientras que los cazadores se organizaban para una expedición. Una criatura mucho más oscura que la noche se alzaba nuevamente en el bosque. Todo lo que era arrasado por aquella bestia, sufría una muerte lenta y dolorosa. Cada minuto que pasaba, la criatura se volvía cada vez más poderosa. Crecía cada vez más y los animales huían de la zona aterrorizados por lo que se avecinaba. El bosque, una vez más, se volvió en un lugar oscuro y muerto cuando aquella criatura pasaba por ahí. Ella estaba sedienta de muerte. El odio de los mortales lo alimentaban.

La Luna se escondió entre las oscuras nubes, cargadas de energía y de lluvia. El viento rugía entre los árboles, dándole el aviso a la llegada de un temporal o la de un monstruo al acecho. La tierra gemía cada vez que la criatura quemaba con su eterna maldad a los brotes de nuevos y futuros árboles. Por primera vez, la tierra fértil del bosque se estaba muriendo. Agonizaba con cada minuto que aquella criatura pasaba en la rica tierra, otorgadora de vida y de protección. Necesitaba con urgencia a su guardián, pero éste aún no estaba preparado para enfrentar a una amenaza como esta.

Un grupo de pequeñas lucecitas se reunieron en la tierra agonizante y muerta. Todo se estaba envenenando, y ni siquiera toda la bondad y esperanza en el mundo era capaz de salvarlos de la crueldad oscura que yacía en la monstruosa criatura. Las pequeñas luces trabajaron copiosamente en la tierra muerta, tratando de devolverla a la vida. De que florezcan las semillas que esperaban su momento indicado. Necesitaban más fuerzas y energía como para sanar todo el bosque moribundo. Era una tarea casi imposible de lograr, incluso para una pequeña criatura que era eternamente cazada y que estaba al borde de la extinción. ¿Qué podrían hacer? Si ellas no luchaban ahora, la tierra sucumbiría a la oscuridad eterna y todo ser viviente atado a la rica tierra, morirá.

Mientras las pequeñas criaturas luchaban por reavivar a la lastimada tierra. El cielo se iluminó por los poderosos truenos y relámpagos que estallaban entre sí. Las nubes se rompieron por la mitad, cediendo a las frías gotas de lluvia que caían como navajas a la tierra que se lamentaba dolorosamente. El viento rugía fuertemente, como si una criatura, cegada por la ira, lo estuviera creando. Las lucecitas le brindaron a la tierra toda su fuerza y bondad, y no se detuvieron hasta que la ennegrecida tierra se convirtió en un prado de pequeños brotes verdes que crecían a gran velocidad gracias a las energías que le brindaban esas pequeñas criaturitas.

Lentamente, el bosque recobró vida después de la masiva invasión de la infernal criatura. Las pequeñas luces flotaron en diferentes partes del bosque, otorgando una parte de su fuerza y bondad, convenciendo a la tierra a volver a surgir. Antiguamente, todas las criaturas vivían en paz y en armonía con las unas y las otras. Aquella época fue llamado la "Edad Dorada", pero todo eso cambió cuando los Dioses se atacaron entre sí y frente a sus narices, emergía un nuevo Dios, quién tomaba el control de los cielos y de la tierra. Una historia que sólo el tiempo se podía lamentar. Las nuevas criaturas ahora sólo podían lamentarse la pérdida de sus especies y el eterno lamento de la tierra que moría poco a poco. Los mares también se lamentaban al perder la mitad de sus criaturas. En un futuro improbable, sin la existencia del hombre y de la avaricia que envenenaba a esta raza; el mundo volvería al equilibrio normal y ninguna criatura, mágica o no, volverían a conocer lo que es el odio y el poder que es capaz de oscurecer el alma más pura de cualquier ser. Pero la tierra prometía el día más aclamado entre todas las criaturas.

En lo más profundo de las entrañas de la tierra, había un huevo de raíces que se tejían entre sí, uniéndose cada vez más en un apretado y poderoso muro impenetrable. La energía en aquel lugar era fascinante. En todos los lugares del planeta, ese sitio, era el único lugar en que el oscuro odio aún no llegaba. La tierra protegía y escondía su arma más poderosa, y cuando ella emerja de las entrañas de su oscuro y cálido nido, entonces el mundo se vería expuesto a un cambio radical. Pero ese día, no estaba ni cerca ni lejos. Sólo el tiempo sabía exactamente cuándo llegaría el día más deseado. Todo cambiaría. Sólo ese día, la muerte y la vida tomará una forma física y sentenciará el fin del odio como también el fin de la injusticia. Ese día, el agua volverá a ser abundante como tiempos antiguos. Los mares volverán a tener vida y la tierra se cobijará por grandes árboles. El hambre y el sufrimiento se extinguirán y la Edad Dorada regresará, regocijando a toda criatura, mortal e inmortales por igual.

El lobo de los ojos amarillos | [Libro 1] (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now